La noche llegó y dejé
de buscar.
Le di un mordisco a
la luna, la confundí con una manzana,
estaba dulce y
madura, (justo como a tí más te gustaban).
Y bebí del río
encantado, el de los peces plateados,
agua fresca y
cristalina, para mis fatigados caminos.
El eco de tus pisadas
aún resonaba en el valle,
pero allí tumbada en
el prado solo llegaba el silencio.
Brisa nocturna en el
rostro, verde frescor en los pies.
Le di un bocado a la
noche, como si tuviese hambre y no sopor.
En medio del
silencio, brotó de repente una voz,
dicha colmada, el
tiempo se paró.
Hora de dormir. Ya.
En el agua se
zambulleron mis sueños.
Diluidos como el
azúcar,
nadaron con la
corriente,
felices, ociosos, sin
prisas.
La noche pasó.
El rocío mañanero me
devolvió el reflejo y la risa.
Con la orilla iluminada
de nuevo,
¡ay de tí!
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