Duele
el engaño
pero
más duele la ignorancia.
En
realidad yo no era nadie.
Tonta,
eso sí lo fui;
y
ciega, porque no alcancé a ver
que
mi presencia no llenaba ningún hueco,
que
yo era tolerada, pero no deseada.
Nombres,
muchos, y ninguno me pertenecía.
Casas,
familias,
todas
ajenas, nunca hubo nada mío,
nada
en qué posar mis ojos y resguardarme del frío.
Nada.
Sueños
que al despertar duelen,
mentiras
que entristecen.
¿qué
tonta he sido, qué idiota!
A
nadie importaba mi nombre,
nadie
me echaba de menos.
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