La foto la saqué el pasado junio en un pueblo llamado Milagro en la Ribera Navarra que celebraba su Fiesta Anual de la Cereza.
Aunque no todo fue tan perfecto en este viaje (¿en cuál lo es?), las lecciones que aprendí durante el mismo aún me sirven de guía para encauzar muchos cabos que tenía sueltos.
Paciencia, mucha.
Comprensión, porque todos tenemos motivos para nuestros actos. Y el rechazo a las acciones no debe ser nunca, nunca el rechazo a las personas.
Aceptación, no siempre las cosas son como uno desearía que fueran, pero en su esencia todas merecen la misma consideración. Saber a lo que nos enfrentamos siempre es el primer paso. Detrás viene todo lo demás.
Conocer la imperfección, no rechazarla e incluso apreciarla. Ese es el auténtico "milagro".
Pero lejos de ese viaje íntimo e interior, queda el otro, el físico, con fotos, recuerdos, risas, miradas cómplices y conversaciones bajo las estrellas (¡qué cielo!).
Y el sabor único de las cereza, que más que ninguna fruta se disfruta con los cinco sentidos. Ese rojo intenso en una forma perfecta, la textura turgente, el olor delicioso, el frescor en la boca. Como un beso de sangre dulce.
Todos mis viajes se guardan en mi memoria con un color. Este es por supuesto rojo, ¿cuál, si no?