Millones de años de evolución nos han abocado a este presente dónde somos los seres más complejos del Universo y nosotros estamos malgastando estos dones, los infrautilizamos ejecutando lo mismo que puede ejecutar un pez o una ameba. Nos dejamos llevar. A veces, porque después de todo estamos vivos, interactuamos de algún modo biológico primitivo, pero la esencia del ser humano, su capacidad de pensar parece que a veces nos resulta ajena. Hacemos, no pensamos, vemos, no miramos, describimos, no analizamos, y con el fluir de la corriente vamos tirando esta vida a la papelera de los proyectos fallidos. Como te comportes, así se comportarán contigo. Finalmente tendremos un mundo de amebas hiperevolucionadas, tan pobres en respuestas como el mundo será pobre en estímulos.
Cuando veo a esa gente, día tras día, repitiéndose a sí mismos, ocupando el mismo y repetido espacio, cuando escucho sus conversaciones de supermercado, me pregunto ¿qué hago yo aquí? Cuando sus estruendosas risas perforan mis oídos, y descubro decepcionada lo que las provoca, siempre me pregunto ¿por qué a mí? Son intercambios huecos, no aportan nada, no descubren nada, no cambian nada. Todo permanece tan igual como si no hubiera sucedido. Sin propósito, ¿qué nos queda?, ¿reflejos inorgánicos?
¿Voy a llenar mi existencia de banalidad, negándome la oportunidad de ir más allá, de hacer algo por mí y por los demás?
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