Yo las llamo así. Son esas personas a las que les
rebotan los bits de información que les llegan.
¿Nunca habéis tenido un mal momento, os habéis desahogado con alguien y
esa persona se ha puesto a contaros sus propios problemas, hasta el punto de
que a veces habéis acabado consolándola vosotros? Si os ha pasado algo así,
conocéis a una persona espejo. Yo me he encontrado con varias a lo largo de mi
vida y el resultado siempre es el mismo: al final dejas de sincerarte con
ellas, y te limitas a temas banales.
La comunicación no se produce si un emisor emite un
mensaje y el receptor en lugar de interactuar en función del contenido de ese
mensaje, emite otro independiente. Eso es más bien un diálogo de sordos.
Y no
confundamos a las “personas espejo” con las personas que no saben escuchar.
Aunque a veces pueden coincidir o confundirse, no siempre es así. Las personas “sin
orejas” generalmente limitan sus “aptitudes” comunicacionales al acto de
esperar su turno para hablar. Algunos despliegan tanta maestría y educación en
esta espera que apenas se nota que no están recibiendo el input de su
interlocutor. Recursos muy agradecidos
son la sonrisa permanente, los movimientos de cabeza y los “ajá, ajá”. En este colectivo, además, hay un amplio
rango en los niveles de tolerancia a la espera, que pueden ir desde el “frío
calculador” que te mira a los ojos mientras piensa en sus cosas hasta el
“impaciente puro” que solapa su discurso con el interlocutor, y nunca le deja
terminar.
Pero las “personas espejo” son otra cosa. Está claro
que te han escuchado porque ellos contribuyen a la conversación más o menos
siguiendo el hilo del tema, sólo que con las variaciones necesarias para que
ellos se conviertan en el elemento principal. También resulta sorprendente la
habilidad que tienen para esta tarea. No resulta nada elegante que una conversación
gire exclusivamente en torno a una de
las partes dialogantes. Para escuchar monólogos, ya está ““El Club de la
Comedia”.
El mero acuse de recibo de un mensaje a veces
no es suficiente. Sentirse escuchado es
muy importante, a veces más que recibir consejos baldíos, bienintencionados
e inútiles. Pero incluso más importante
es sentirse reconocido, aprobado, apoyado, y ¿por qué no?, querido. Una persona espejo puede hacer que
su interlocutor se vuelva invisible y se sienta totalmente ignorado. A menudo
una conversación con una persona espejo termina con el pensamiento de “¿por qué
le habré dicho nada?”.
Las “personas espejo” también pueden confundirse a veces con los que yo
llamo “narradores de anécdotas”, esas personas que da igual que se esté
hablando de la polinización de las camelias en los países tropicales, del
tiempo que hace en Finlandia o de una
posible colonización extraterrestre, que
ellos siempre tienen alguna historia personal que contar sobre el tema. Con los narradores de anécdotas, es imposible
tener un debate serio sobre nada, porque no saben razonar ni extrapolar, sólo
aportar ejemplos e historietas individuales.
(Es el de “mi vecino fumaba como
un carretero y se murió con 90 años” en un debate sobre el tabaco, o peor, el
de “cada caso es un mundo”). Nada que ver con los “expertos” , ésos que “saben” de todo y no dudan en
compartir su sabiduría. Los “expertos” pecan de lo contrario, suelen aportar
cifras y datos analíticos de más a sus razonamientos, para dotar de mayor
credibilidad a su discurso. El problema del “experto” suelen ser las fuentes de
esos datos. (¿Google??)
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