El
sol se ha ocultado tras un telón de algodón húmedo,
la
lluvia ha cesado pero el espectáculo continúa porque
la
música no cesa.
El
bosque, convertido en piano de infinitos verdes
suena
gracias a las caricias de la brisa traviesa.
Hay
violines alados que trinan y trompetas que zumban.
Las
hojas de esa higuera baten palmas,
hay
percusión en las copas,
hay
taconeo, hay lamentos y hay baile.
La
percusión siempre gloriosa remata todos los conciertos.
Va
pasando la tarde y la fiesta se acaba.
Llega
la calma, llega el reposo,
las
nubles aplauden y se marchan contentas.
La
piel se eriza, el olfato está atento,
los
ojos descansan y el sol regresa.
El
rey ha vuelto.
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