"Ayer no
te terminé de contar. El año pasado fue mi particular annus horribilis, ya
sabes, como dijo la reina rancia ésa del sombrero y el bolsito a juego. Fue el año en que me
dejó Luc. ¿Te acuerdas de la golfa por la que me dejó? Me enteré el otro día
que ya no están juntos y que además ella está embarazada de un carnicero en
paro y con cara de pringado. Es cierto que la vida pone a todo el mundo en su
sitio, sólo tienes que tener la suficiente paciencia para esperar a que suceda. Claro, no me iba a quedar en la casa de Luc,
dada la situación. Además, él se dio no poca prisa en compartirla con la golfa,
a la que no le debió de importar que la cama no estuviese ni fría, dado el poco
tiempo que hacía que yo la había abandonado. Pero bueno, ya es agua pasada y ni
Luis ni la embarazada me provocan ya más que un leve picor que desaparece tras
la primera rascada.
Podía
haber alquilado otro apartamento e incluso estuve buscando pero en el último
momento decidí que a lo mejor era el momento de volver a España como habían
hecho mis padres el año anterior. La
verdad es que nunca nos sentimos muy integrados en Francia, ni siquiera mi
hermano o yo que como segunda generación nacida allí podíamos considerarnos
franceses, pero mis padres siempre se habían sentido tan vinculados a su tierra
gallega y desde pequeños teníamos tan asumido que ellos iban a regresar algún
día, que creo que la cultura francesa nunca llegó a absorbernos del todo.
Mi
hermano por ejemplo, con catorce años era esperable que fuera a protestar por
la mudanza y sin embargo no pronunció ninguna queja y ahora está más que encantado
en el instituto. Aquí siempre fue un niño solitario y por lo que dicen mis
padres, allí está encantado y tiene un montón de amigos. Mi caso era diferente, yo ya tenía trabajo,
novio, casa… la despedida fue terrible, yo siempre he estado muy enmadrada ya
lo sabes. De verdad iba mi madre a abandonarme para volver a un pueblo perdido
en la Galicia profunda? Que para ir de vacaciones estaba bien, pero para vivir,
yo no acababa de verlo. Pero cuando veía el brillo en los ojos de mis padres
inmersos en los preparativos de dar de baja los últimos años de su vida, sentía
hasta envidia. Yo hace mucho que no me emocionaba así con nada. Así que cuando
me vi sola y con un trabajo de mierda en un país que nunca has considerado
realmente tuyo, ¿qué puedes hacer? Pues llamar a mamá y decirle que me iba con
ellos. Dios! ¡cómo se alegró! ¡Y a mí me hizo tan feliz el sentirme tan añorada!.
Ríos y ríos de lágrimas que vertimos aquel día. No te rías prima.
Pero sí
tenía claro es que yo no iba a ir al pueblo , lo tenía muy claro, así que mis
padres buscaron un pisito coqueto y pequeño para mí en A Coruña. Por lo menos
estoy en una ciudad y los fines de semana puedo acercarme a la aldea a estar
con ellos.
Y hablando
de mi nueva casa ¿te acuerdas el frío que hacía al principio? Aún puedo sentir
el frío en los huesos cuando pienso en aquéllos meses de invierno sin
calefacción, bajo toneladas de mantas e ingiriendo litros y litros de té y sopa
calientes. Por cierto que ya no puedo tomar ninguna de esas dos cosas, tal es
la tirria que les cogí. Sólo a mí se me podía ocurrir mudarme en los días más
fríos del invierno, con la nieve acumulada en las aceras y el caos en el
transporte (que no es excusa para que el camión de la mudanza extraviara nada
menos que dos cajas, pedazo de inútiles). Podía haber esperado a la primavera
con tranquilidad en la aldea, con mamá, que estaba encantada de tenerme de
vuelta pero mi impaciencia me pudo. Bueno, mi impaciencia y las discusiones
diarias con mamá, ya sabes cómo es, me trataba como si fuera una adolescente
malcriada y no estaba yo de humor para ciertas cosas.
Lo peor
fue el cambio de trabajo. Con lo a
gustito que estaba yo en aquel despacho en París dónde prácticamente lo único
que tenía que hacer era abrir la correspondencia del jefe y ordenar la mesa
todas las mañanas. Hace poco me enteré
que habían quebrado. Resulta que mi jefe metía la zarpa dónde no debía,
agenciándose de lo que no era suyo, y lo que casi es peor, siendo tan tonto como
para que le cogieran. Me da un poco de
pena pensar en lo mal que lo estará pasando en la cárcel un tipo como él, que
no se sentaba por no arrugarse el traje. Pero
enseguida se me pasa, me basta con escuchar un par de gritos de mi nuevo
jefe y ver todo el trabajo que tengo
acumulado sobre mi nueva mesa de mi flamante nueva oficina.
Cuando empecé en este nuevo curro estaba más
colgada que Chita en una liana. No conocía a nadie en A Coruña y no sabía cómo
integrarme en los grupitos que ya estaban formados. Sabes que yo no tengo
vergüenza precisamente, pero eso es ya cuando he cogido confianza. Al principio
lo paso fatal. El caso es no salía demasiado con mis anteriores amigos porque
había pocas que no fueran también amigos de Luis y era un poco incómodo y como
hacer amigos nuevos se me estaba dando tan mal, me sentía un poco desanimada.
Me pasaba los viernes por la noche viendo la tele y comiendo guarradas que le
sentaban fatal a mi estómago.
Sí,
podía haber llamado a nuestras primas de la aldea, pero tienen su vida, y no me apetece ser un incordio que tienen que
aguantar sólo por ser de la familia. Ya,
ya sé que no les importa, es lo que se
dice siempre cuando sí que importa. Ojalá tu estuvieras aquí y no en Madrid. ¿Te
acuerdas de lo bien que nos lo pasábamos de pequeñas en el pueblo? ¿Y lo bien
que estuvieron aquellas navidades que viniste a Francia? ¿Que no te parece que
estuviera tan bien? Qué extraño, yo tengo muy buen recuerdo de aquella época.
En
cualquier caso, que me sentía sola y ¿por qué no decirlo? tremendamente triste.
Si te soy sincera, creo que fue el cansancio. Estaba ya harta de unirme sin
éxito a clubs de fotografía, de cocina o de senderismo, a gimnasios, piscinas o purgatorios similares, sólo para
encontrarme con grupos de amiguetes/amiguetas que se habían apuntado en
cuadrilla, majetes y majetas ellos y ellas, con el fin de divertirse pero con
ninguna intención de ampliar su por lo visto ya completo círculo de amistades.
El caso
es que vi el cártel pegado en algún semáforo y me dije ¿por qué no?. Vale, reconozco que el contenido en una
primera lectura podía sonar un poco a secta, pero en mi ignorancia yo pensaba que una secta no
se iba a anunciar con un folio impreso y mal pegado en un semáforo, y de hecho
sigo pensando que seguro que son algo más sofisticadas en sus métodos de
captación, no sé, por ejemplo un tipo rubio engominado en una esquina que a la
vez que te da un folleto, te coge de la mano, te ilumina con su sonrisa y te
dice si te apetece unirte a él y a sus
hermanos. Si no corres ni gritas “ ¡policía!” es que eres apta para ser parte
de la hermandad de rubitos felices.
Me
estoy desviando ¿verdad?. Como te decía
vi el cartel: “Si quieres conocer gente nueva y participar en una experiencia
transformadora de verdad, éste es el taller que no debes perderte”. Sonaba bien para una tarde aburrida de sábado
y me presenté en la dirección que venía impresa debajo.
Lo
primero que vi fue un montón de personas que parecían estar igual de colgadas
que yo. “¡Bien!”. El taller desde luego no fue una experiencia transformadora,
yo ni siquiera lo llamaría experiencia y prácticamente ya he olvidado todo lo
que allí hicimos, algo sobre runas celtas y laberintos, relajación en grupo y
alguna otra bobada. Lo importante es que allí conocí a Fernando. No voy a mentir, me cayó como el culo cuando
le vi, descalzo y vestido de blanco y con expresión de haber sido abducido por
una banda de alienígenas y devuelto a la tierra por soso. En vez de andar,
parecía levitar y movía la cabeza al son de algún ritmo interior, tan interior
que nadie más notaba. Creí que era uno de los que iba a dar el taller, no te
digo más, porque desde luego tenía mucha más apariencia de eso que la pareja
que de verdad lo ofrecía, un simpático matrimonio de mediana edad, que supongo
que al quedarse en paro él decidieron sacar algún provecho a aquel viajecito
que hicieron a Escocia, o a Irlanda, o a dónde sea que ahora haya vestigios
celtas. Y no está mal, ¿eh? que por lo que nos cobraron, tal vez yo debería
montar también un “taller” sobre el poder de las piedras, enseñar todas las
fotos que tengo de la catedral de Burgos y sacarme un dinerito para las
próximas vacaciones.
Como te
decía, Fernando no me gustó, tenía toda la pinta de hacer yoga. Uf, qué pereza,
Prima, si hay algo que tengo claro es que una chica no debería salir nunca con
un tío que tenga más flexibilidad que ella. ¡Y además estaba calvo! Y era ¿cómo
decirlo sin parecer superficial? bueno, pues sí, ¡era feo! Pero como la vida a
veces parece un episodio de una sitcom sin gracia, acabamos tomando una copa
tras la reunión, y otra más, y otra… El
también acababa de salir de una relación difícil, de un divorcio de hecho.
Afortunadamente sin niños. Y resulta que era masajista en paro. Bueno, no era
un joyita pero ¿qué quieres que te diga?
¿Qué necesitábamos cariño? ¿Qué estaba harta de no tener a nadie con quién
hablar, a quién quejarme, con quién llorar?
La
primera vez que cenamos en casa me trajo una botella de zumo de naranjas
ecológicas y un muñeco de peluche. ¡Un gorila Prima! Y tuerto, que el
fabricante había querido representar el efecto de un guiño y le había salido
una mueca terrorífica. Negro y feo como el demonio, agarrando un plátano con
las dos manos y sonriendo como el muñeco diabólico. Anonadada me quedé y a punto estuve de no
dejarle entrar. “No quiero volver a ver a este tío raro ni en pintura”. “Venga
ya, ¿un gorila? ¿Te cuento lo de mi colección de Barriguitas y me regalas un
apestoso gorila?”. Escondí al “muñeco diabólico” debajo del sofá en cuanto se
marchó, por miedo a que me diera pesadillas.
Pero
repetimos, ya sabes lo que me cuesta dejar las cosas a medias, y después de
quedar varios días, después de charlar, de reír, de bailar, después de ver todo lo que ese yogui con
síndrome de Peter Pan podía hacer por mi salud mental, … En el trabajo empecé a
sonreir como una idiota, mi jefe debió de pensar que estaba cogiendo la gripe
porque me evitaba cuando me veía y en algún momento me di cuenta que llevaba
más de un mes sin mirar a qué estúpido grupo de calceta o macramé podía
apuntarme.
Afortunadamente
a pesar del yoga y de los talleres alternativos, (y del zumo ecológico),
Fernando no era uno de esos frikis tan radicales que no comen carne y se bañan
con jabón casero. Lo del jabón puede que lo hubiera llegado a tolerar (siempre
que respetara las cien cremas y colonias que tengo en el baño) pero lo de la
comida, eso sí que no. ¿Qué hay más agradable que disfrutar de los miles de
años de evolución que nos han bendecido con una muestra casi infinita de comida
procesada? ¿Quiénes somos para renegar de Darwin?
Pero
por suerte Fernando comía carne como debe ser, con expresión feliz y como si no
hubiera un mañana. Y bebía cerveza hecha de cebada absolutamente nada
ecológica, con más sed que yo. Pronto empezó a parecerme menos feo, menos
alternativo e incluso menos calvo. Y en cuanto le quité esa costumbre de vestir
de blanco como si estuviera permanentemente a punto de hacer la primera
comunión, incluso me empezó a parecer
atractivo.
Y aquí
le tengo, remoloneando por casa, porque si algo tienen los yoguis es que
trabajar, lo que se dice trabajar no es una práctica muy habitual en ellos,
pero es tan agradable tener a alguien que me recibe con besos por la noche, me
masajea los pies o la espalda mientras me cuenta los programas que ha visto ese
día en la tele y me da calorcito del bueno cuando nos vamos a la cama … que lo
que tú y esa panda de cotillas que tienes por amigas les de por decir, no me
importa lo más mínimo.
¿Sabes
en qué momento supe que lo nuestro iba en serio? Cuando un día después de
hablar con él por teléfono, me rompí una uña moviendo el sofá rayando todo el
parquet para rescatar al puto gorila tuerto y llevármelo a la cama conmigo.
Mañana
te sigo contando Prima, que ahora Fernando me va a dar un masaje. ¡Chao!."
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