Nora no
se imaginaba que llegaría a ser una princesa destronada, tal cosa no cabía en
su cabecita de niña de tres años.
Cuando su mamá empezó a señalarle
continuamente su tripa indicándole que ahí dentro llevaba un bebé no le hacía
mucho más caso que cuando le prometían cualquier otra cosa. “Si tienes un bebé, enséñamelo- parecían decir sus ojos
negros fijos en el rostro de su madre- y si no, no me molestes”.
Con tres
años, lo que no ves no existe, son sólo cosas de mayores que a veces les da por
jugar contigo de maneras muy raras.
Pero
otra cosa fue cuando el bebé por fin llegó. Nora vivió aquél día extraño en el
que intuía que pasaba algo pero no sabía el qué. Para empezar, ni mamá ni papá estaban en casa cuando se
levantó, pero no era la abuela la que había venido a cuidarla como hacía a
veces sino el abuelo. Nora adoraba a su abuelo para jugar, pero para que la
vistiera y le diera de comer, eso era otro cantar. El pobre siempre le
preguntaba lo que tenía que hacer, ¡como si ella lo supiera! Pero era
divertido, porque así ella podía comer lo que quería, cosa que normalmente mamá
no le dejaba hacer.
Después
de desayunar, el abuelo le puso un vestido que aún sin demasiado conocimiento,
Nora sospechaba que no sería el que hubieran elegido ni mamá ni la abuela.
Estaba demasiado excitada pensando en los columpios a los que pensaba que iban
a ir, pero el abuelo la sorprendió bajándola al garaje y metiéndola en el
coche. ¡Ala, un paseo! A lo mejor iban a ver a la tía Sonia. Eso la ponía
contenta. La tía nunca se cansaba de jugar con ella, además su casa estaba
llena de cosas bonitas de todos los sitios en los que había estado de viaje
pero a diferencia de otras personas que se enfadaba con ella si tocaba algo, la tía Soni la dejaba tocar y
coger todo lo que quisiera, nunca la regañaba ni se enfadaba con ella. Siempre
sonreía y tenía a mano regalos, chucherías y si no, besos ricos como ella
decía.
Estaba
lloviendo y el abuelo se vio en dificultades para sacarla de la sillita del
coche, manteniendo el paraguas abierto para que no se mojara ninguno de los
dos. Nora estaba encantada, le parecía todo muy divertido, aunque ya había
visto que ésa no era la casa de la tía.
Entraron
en una casa enorme, con un montón de habitaciones, todas con la puerta cerrada.
Además el abuelo no la dejaba entrar en ninguna, ella hizo un amago de abrir
una y recibió una reprimenda que la paró en seco. El abuelo nunca la reñía así
que debía de ser una falta muy grave, no le iba a contrariar. Además estaba un
poco asustada, en aquel sitio nuevo con mucha gente nueva y sin nada para
jugar. Le dio al abuelo la mano modosita, ¡y que no se la soltara!. Nora era un
poco cobardica, es verdad que parecía una niña muy lanzada en los columpios y
en la guardería, pero en cuanto salía de su entorno enseguida se acobardaba y
se escondía entre las piernas de su madre. Empezaba a tener ganas de llorar y
le hubiera gustado que el abuelo la cogiera en brazos como hacía otras veces
. Por fin la abuela y papá aparecieron
de repente y se echó en sus brazos encantada.
Papá le
explicó que aquello era un hospital, no una casa como ella pensaba, allí iban
las personas que como mamá tenían bebés en la tripita para que se los sacaran.
Nora estaba empezando a asustarse y quería estar con mamá. Su padre por fin la
llevó en brazos a una de las habitaciones cerradas y entró con ella. Mamá estaba
echada en la cama y la tía Soni estaba con ella. También había una especie de
caja de cristal dónde le dijeron que estaba el bebé y se lo enseñaron pero ella
no estaba interesada, sólo quería que la dejasen abrazar a su madre y que se
fueran a casa de una vez. No le estaba gustando esa excursión y no entendía
todo el jaleo por aquél bebe que no se movía más que sus muñecas y al que no
podía tocar (lo había hecho y todos al unísono habían gritado para que le
soltara). Luego le explicaron que debía tener cuidado con él, que era muy
pequeño y le podía hacer daño. Si solo quería tocarle, mamá, suplicaban sus
ojos pero su madre estaba ocupada cogiendo al bebé y no la escuchaba.
Una
señora fea y vestida de blanco entró para decir que era hora de salir y papá la
agarró de la mano para salir. Eso fue el colmo y Nora se echó a llorar. Quería
estar con mamá, ¿porqué no podía quedarse con mamá? ¿por qué mamá no se
levantaba e iba a abrazarla con lo fuerte que estaba llorando? Seguía en la
cama con el bebé. Nora empezó a patalear y la tía Sonia la cogió en brazos pero
por mucho que su tía preferida la acunaba, en ese momento no quería estar con
ella, quería a su mamá.
La tía
Sonia sacó del bolso una chocolatina y se la dio. Seguía triste y enfadada pero
no se puede decir que no al chocolate, y se lo comió, junto con algunos mocos.
Después, la tía la sentó en su regazo y le contó muchos cuentos. Uno de los
cuentos era sobre una niña y su
hermanito pequeño y como la niña tenía que cuidarle y jugar con él y enseñarle
las canciones que a ella le enseñaban en la guardería, porque su hermanito era
tan pequeño que no las sabía. El hermanito era tan pequeño que tenía miedo de
las brujas y su hemana mayor tenía que abrazarle y darle besos para que nadie
le hiciera daño. En otro cuento, la niña
y su hermanito tenían que atravesar
solos un bosque pero como estaban juntos e iban cogidos de la mano no les daba
miedo. En otro, el hermanito lloraba porque le dolía la tripita pero su hermana
mayor le daba un beso rico rico y se le pasaba… Y así cuento a cuento, Nora fue
quedándose dormida.
Cuando
despertó, estaban de nuevo en casa. La tía le dijo que mamá vendría enseguida y
traería al bebé. Vaya, el bebé, casi se había olvidado de él, no había sido un
sueño.
-Sabes
qué? – el bebé te ha traído un regalo porque tenía muchas ganas de verte y como
aún es pequeño y no sabe dar besos ricos…
Y la
tía le mostró el regalo. Tuvo que ayudarla a desenvolverlo. Desenvolver regalos
nunca se le daba muy bien, todo ese papel que había que romper y que parecía
que no se acababa nunca.
Del
interior del paquete surgieron dos muñequitos de peluche, que estaban sentados
uno al lado del otro. Uno era un osito porque llevaba pantalones y la otra una
osita porque llevaba un lazo en la cabeza y una falda. Nora ya veía las
diferencias entre nenes y nenas, era “mayor”, como no paraban de repetirle
todos últimamente. Intentó coger la osita pero el oso fue detrás siguiendo a su
compañera. Era como si estuvieran unidos por las manos.
-Mira,-
decía la tía- están cogiditos de la mano pero si tiras un poco fuerte les
puedes separar. Este se llama Hansel y
ésta es su hermanita Gretel .
Nora
tiró fuerte y efectivamente las manos se separaron pero cuando volvía a acercarlas enseguida se pegaban de
nuevo y había que volver a hacer fuerza otra vez. A los tres años, cuando no se
sabe nada de imanes, la vida es pura magia y Nora sonreía de puro deleite.
-Son
hermanitos como tú y Daniel, y como mamá y yo que también somos hermanas, ¿lo
sabías?- continuaba la tía. -Qué simpático Daniel que te ha traído un regalo,
verdad?
-Sí,
muy simpático-, dijo Nora.
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