No cambian las cosas si yo voy o vengo,
no mueren las rosas en un solo momento;
se tarda un suspiro, un suspiro lento,
que flota en el aire y seduce al poeta;
un suspiro lento, que sale del alma y ya nunca regresa.
Y el tiempo fluye, y el mundo gira
y todo pasa, y yo sigo viva.
Empecé el año preguntándote si acaso yo no estaría muerta,
si acaso ésto no sería el infierno,
pero ya ves, no quiero huir.
Este año de quejidos y lamentos,
también trajo descubrimientos y pérdidas.
Dije adiós a amigos que nunca fueron,
saludé a elefantes blancos que ociosos caminaban
en el barro,
mientras te daba las gracias por venir,
aunque no, no me hacías,
ni me haces falta.
Se acabaron las celebraciones, no más velas ni confeti,
ni sorpresas envueltas en papel de regalo,
porque otros llegaron y me robaron el tiempo.
Viví días de tormento a tu lado
aunque no lágrimas, esta vez no,
ni grito de ayuda, tampoco,
¿para qué? no sirvieron otras veces.
Aguanté,estoica las embestidas,
respiré, escribí, mordí, pensé, maldije,
y el tiempo fue pasando.
Este año de reuniones imposibles,
que muriendo resistí,
-porque terca, me lo propuse-,
llegaron preguntas, sonrisas pintadas
y mudos lamentos.
Este pintxo es una explosión de sabores en la boca. Lo he creado para esta nochevieja (se puede decir que me he comido el ensayo general). Espero que a los invitados también les guste.
Elegimos el pan que vayamos a utilizar, tostado, de molde... Mis favoritas son las tostadas que llevan pasas y que se suelen servir para acompañar el foie.
Untamos el pan con crema de queso de cabra.
Encima del queso, ponemos una cucharada de la mezcla que habremos hecho en la sartén con una lata de sardinillas en aceite y otra de anchoas. Las anchoas prácticamente se deshacen pero dejan toda su esencia.
Sobre la mezcla de anchoas y sardinas, colocamos una rodaja de kiwi.
Sobre el kiwi, un poco de cebolla caramelizada. Para caramelizar la cebolla, la pelamos,cortamos en juliana y hacemos a fuego muy lento en una sartén con un poco de aceite. Salamos y cuando la cebolla esté prácticamente transparente, añadimos un chorrito de vinagre o crema de módena y un par de cucharadas de azúcar moreno. Dejamos unos minutos y sacamos.
¿Y porqué 5+1?
Porque después de hacer el montadito, he visto los huevos de codorniz cocidos en la nevera y los he utilizado para rematar este delicioso pintxo.
Limpiamos bien los calabacines que vayamos a utilizar (yo he utilizado 2) y los cortamos en trozos que tengan la misma altura (5-6 cm). Si acanalamos la superficie del calabacín, quedará más bonito.
Hervimos unos 10 minutos los trozos de calabacín en agua con sal y un chorrito de aceite. Dejamos enfriar y vaciamos con una cucharita (cuidando de dejar un poco en el fondo que haga de base, ya que si no, se nos caerá el relleno). Reservamos.
Aparte, picamos muy bien unos 100gr. de champiñones, 1 cebolla y 1 diente de ajo. Lo mezclamos todo con 200 gr de carne picada y sofreimos en una sartén. Salpimentamos y vertemos 1 chorrito de vino blanco y dejamos que evapore el alcohol. Añadimos un poco de cilantro picado, orégano, albahaca y 5 ó 6 cucharadas de salsa de tomate. Cuando retiramos la sartén del fuego, incorporamos un puñado de queso rallado y mezclamos bien. Dejamos enfriar y ya tenemos nuestro relleno.
Rellenamos generosamente los calabacines y adornamos con un poquito de crema de queso camembert y un par de patatas fritas crujientes.
Para hacer las patatas, hay que cortarlas con un pelador de verdura para que salgan unas lonchas extrafinas que freiremos en tandas pequeñas evitando que se peguen unas con otras. Sacamos las patatas, las salamos y escurrimos en papel absorbente. Quedan como las de bolsa, sólo que mucho más sanas y sabrosas.
Tras la mayoría de las decisiones de nuestra vida se
esconde algún mecanismo psicológico de defensa frente al mundo. Entre esos
mecanismos o autoengaños que utilizamos
para hacer frente a algunas situaciones más o menos difíciles, a sentimientos
de frustración, a miedos, etc, está el mecanismo de la compensación.
La compensación consiste en silenciar un sentimiento
de inseguridad por ejemplo exagerando un rasgo real. Cuando tomamos una copa
porque hemos tenido un mal día buscamos la sensación de euforia y seguridad que
en realidad no tenemos. Una persona con un defecto físico puede dedicar horas
extenuantes al gimnasio. Dicen que todos los grandes dictadores tenían algún
sentimiento de inferioridad; los
gobiernos autoritarios serían así la manifestación extrema de un mecanismo de
compensación de un individuo con baja autoestima. También la compensación explicaría
porqué la mayoría de actores son grandes tímidos.
Leí en un libro de Albert Espinosa que las personas somos traumas de infancia, lo que no es más que otra forma de
decir que somos producto de nuestro pasado y nuestros deseos están más condicionados
de lo que nos gusta admitir.
A menudo
hacemos cosas que no pudimos hacer de pequeños, o hacemos lo contrario
precisamente para rebelarnos, son nuestros pequeños traumas según Espinosa y
nuestra forma de compensar según la Psicología.
Mi trauma de infancia este año tiene forma de árbol
de Navidad. Siempre he deseado unas Navidades de película, con un árbol gigante
al lado de una chimenea y la casa envuelta en luces cegadoras, con un reno en
el jardín. Pero en mi casa de pequeña no teníamos ni jardín, ni chimenea ni
árbol gigante. Por no tener, creo que no había ni espíritu navideño.
¿Resultado? Sobrecompensación. He acabado comprando un árbol de Navidad de más
de 2 metros que casi no entra en casa, pero estoy encantada como una niña de
cinco años con él. Después de adornarlo, fotografiarlo y enseñárselo a todo el
que haya tenido la santa paciencia de aguantarme estos días, y de que la
euforia se haya disipado un poco, mi mente ya piensa con más claridad, la
suficiente para entender qué hay en realidad detrás de este árbol.
Bajo las ramas de este árbol está mi espíritu
navideño, ése que cada vez puedo compartir con menos gente, ya que cada año se
multiplican los Mr. y Mrs. Scrooges a mi alrededor, adalides del mal humor y la crítica barata a
estas fechas. Que si son fiestas comerciales, que si vaya horterada, que cuánta
hipocresía, que quién quiere compartir una cena con los cuñados, que si recibes
regalos de compromiso que tienes que devolver… ¿Qué nos pasa? ¿Cuándo la
Navidad ha pasado a ser una obligación en vez de una oportunidad?
Tengo muy comprobado que todos esos que protestan
por sus regalos, no dedican ni cinco minutos a pensar en lo que van a regalar
ellos. También me ha tocado constatar desgraciadamente, que los que más se
quejan de que estas fechas sean una imposición para cenar con la familia, son
los mismos que de no existir la Navidad, no se acercarían nunca a cenar con
ella. No existe la falta de tiempo, sino la falta de interés. Cuando no hay
interés, da igual las oportunidades que te ofrezca la vida, pondrás un montón
de excusas para dejarlas pasar. Oigo tantas excusas estos días que necesito mi
árbol para recuperar la paz.
Me encanta la Navidad, me encantan las ciudades tan
bellamente adornadas e iluminadas, el ambiente que se respira, me gusta decorar
mi casa, poner el belén, hacer cosas especiales que no hago el resto del año. Y
me da igual si no soy muy creyente, no es la cuestión, encendería un Hanukiyah judío (candelabro) en
el hall si fuera el caso, pero no he crecido en un entorno que celebre el Hanukkah,
sino en uno que celebraba la Navidad con árbol, turrón y belén. No es la religión, es la tradición lo que me gusta, lo que quiero preservar y lo que no me gusta que se ataque, sobre todo si se hace con
argumentos tan débiles como los que escucho a veces. Me gusta el anuncio de El Almendro, el de la Lotería, (cada vez menos el de Freixenet), la nieve, el frío, vestir la mesa de rojo y oro y brindar con cava.
Y me encanta el acto de regalar. El hecho de pensar
en alguien a quién quieres, en cómo es, en lo que le puede gustar, lo que le
puede hacer ilusión, lo que puede necesitar. Y aunque me caigan calcetines de vez en cuando, de personas que obviamente no son
como yo, no es suficiente para acabar con esa sensación. Si tenéis la ocasión
como yo de observar una fila de personas esperando a que otra les haga entrega de un regalo (era una fiesta de empresa) , podríais comprobar al igual
que yo algo muy curioso. ¿Sabéis quién parecía más feliz? ¿Los de la cola o el
que estaba repartiendo los regalos? Pues eso.
Para el pintxo fácil de esta semana, sólo tenemos que picar en rodajas un manojo de ajetes, en tiras finitas un trozo de jamón y pasarlo todo junto por una sartén. Unos minutos antes de sacarlo, vertemos encima un par de cucharadas de crema de queso emmental y mezclamos bien.
Ya sólo nos queda poner un poco de esta preparación encima de pan tostado. Delicioso.
Si lo preferís, también podemos rellenar volovanes de hojaldre...
Y esta otra versión la he hecho con queso Philadelphia y en vez de extenderlo sobre el pan tostado, he moldeado pequeñas bolas con las manos.
El talo es una torta hecha con harina de maiz, rellena de txistorra o chorizo. Es una preparación típica del Pais Vasco y que se suele consumir acompañada de sidra o vino txakolí en las ferias y mercados populares, como el de Santo Tomás del 21 de diciembre.
Ingredientes:
300 gr. harina maíz
200 gr. agua caliente
Sal
Preparación:
En un bol ponemos la harina de maíz, hacemos un hueco en el centro y vertemos el agua templada con un poco de sal, vamos mezclando hasta conseguir una masa homogénea.
Las cantidades de la receta son orientativas, depende de muchos factores y tal vez debamos añadir más agua hasta conseguir la masa adecuada. Hacemos una bola, envolvemos en papel film y la dejamos reposar mínimo 30 minutos.
Dividimos la masa en tantas porciones como talos vayamos a hacer. Hacemos una bola con cada porción y vamos aplastándola con la mano hasta alcanzar una torta de un grosor de unos 2-3 mm.
La harina de maíz es difícil de trabajar, no tiene nada que ver con la de trigo. La masa tiende a resquebrajarse y partirse. La manera más fácil de hacer el talo es aplastarlo sobre papel film, así podremos cogerlo sin miedo a que no se nos pegue a la mesa. Lo colocamos en la plancha sin aceite por el lado que no tiene el film y vamos retirando éste o poco a poco. Dejamos unos tres minutos y ya podemos darle la vuelta. Tres minutos más y sacamos.
El chorizo típico para rellenar el talo suele ser la txistorra, aunque a mí no es el que más me gusta. Puede ser cualquier chorizo fresco para poder hacer a la plancha. Personalmente, me gusta cortar el chorizo longitudinalmente para que se haga mejor. Además, para la versión pintxo que os muestro al final, conseguimos que el chorizo "asiente" .
Una versión para los que no puedan comer chorizo (como le pasaba a uno de mis invitados): podemos enrollar un palito de queso en una loncha de jamón de york y pasarla por un poco por la plancha.
Podemos servir los talos ya enrollados y preparados o servir todo por separado, es decir, las tortitas apiladas en un plato y el chorizo o el relleno que tengamos, en otro, para que cada comensal se prepare su propio talo.
Quería hacer las típicas galletas navideñas de canela y gengibre para poner en el árbol, pero resulta que ni tenía canela ni gengibre en casa y como no me apetecía salir, he acabado haciendo galletas de mantequilla sencillitas y ¡están de muerte! De hecho, no creo que aguanten mucho tiempo colgadas en el árbol. ¡Qué buenas!
Y aquí está la verdadera razón de que hoy se me antojaran galletas: me he comprado este cachivache corta-pastas y no podía esperar a estrenarlo.
Ingredientes:
150 gr mantequilla
150 gr azúcar
350 gr harina
1 huevo
azúcar glass para decorar
Preparación:
Batimos bien la mantequilla con el azúcar, añadimos el huevo y seguimos mezclando muy bien. Finalmente la harina hasta que tengamos que amasar con las manos par conseguir una bola compacta y suave. La envolvemos en papel film y dejamos reposar en la nevera una o dos horas.
Sacamos la masa de la nevera y la extendemos con un rodillo. Hacemos las galletas con un cortapasas o molde que tenga la forma deseada (o como en mi caso, con este chisme ¡que resulta que me encanta!)
Este tipo de galletas son muy agradecidas, salen muchísimas porque se pueden seguir reutilizando los trozos que quedan después de recortar, uniéndolos y extendiendo de nuevo. Así una y otra vez hasta acabar con la masa. Realmente es como jugar con plastilina. Si tenéis niños, no perdáis la ocasión de hacerlo con ellos.
Metemos al horno precalentado a 180º unos 12 minutos. Dejamos reposar en rejilla, espolvoreamos con azúcar glass y listo.
Si las queréis colgar como yo, no olvidéis hacerles el agujerito antes de meterlas al horno. Yo he utilizado palillos que he dejado dentro mientras se horneaban para evitar que el agujero se cierre al crecer un poco la masa. Otra opción es hacer un agujero más grande y así no tendremos problemas.
Con la misma masa he hecho galletitas redondas normales para el desayuno de mañana y otras con agujerito en medio para poner un poquito de mermelada. Para estas últimas, necesitamos poner sobre una galleta redonda, otra igual pero con agujero en el centro. Compactamos y unimos por los bordes y listo.
Antes de meter al horno, conviene pincelarlas con yema de huevo para que el aspecto sea más lustroso y el color más bonito, paso que por cierto a mí se me ha olvidado. ¡¡Nos las vamos a comer igual, claramente!!.
Otra idea para reciclar, en este caso los trozos de puntilla que me van quedando de las labores de costura. Las he puesto en un viejo marco de espejo. El espejo pasó a mejor vida hace semanas (¿7 años de mala suerte? Espero que no, no soy supersticiosa) y me daba pena deshacerme del marco porque fue un regalo de mis amigas allá por los tiempos del instituto y siempre ha estado colgado.
Se puede utilizar como expositor de pendientes si queremos darle una utilidad práctica aparte de la meramente decorativa.
Uvas moradas de las grandes, cortadas por la mitad (mejor si no las cortáis enteras y las dejáis tipo libro) y rellenas de queso de untar.
No os olvidéis de quitar las pepitas a las uvas, da un poquito más de trabajo pero el pintxo queda mucho más agradable de comer.
Se puede acompañar de frutos secos, especialmente nueces.
Otra manera de presentar este delicioso bocado es pinchándolo en la mitad de una naranja por ejemplo. Queda espectacular para poner en el centro de la mesa.
Tuve una temporada que me dio por hacer puzzles. Es entretenido y ayuda a relajarse pero una vez terminados, surge un problema. ¿Qué hago con tanto puzzle de 2000 o 3000 piezas? Enmarcarlos todos es imposible, el tamaño es enorme, sale caro y sinceramente, salvo uno o dos, no me apetece colgarlos en las paredes de mi casa. Así que este pasado finde he hecho limpieza.
En el último momento se me ocurrió una idea para reciclar al menos una parte: hacer posavasos. Quedan chulos y son originales.
Esta
tarde he visto uno de esos documentales de animales mientras terminaba de
bordar un cojín. Tenía puesta la tele de fondo y medio oyendo, medio viendo, seguía a ratos
la historia de unos peces monstruosos que habitan las profundidades marinas. Poco
a poco el programa ha ido ganando mi atención hasta encontrarme atendiendo totalmente
concentrada y embobada. Había peces de todo tipo, de los que jamás había oído
hablar ni siquiera podría haberme imaginado; casi parecía un programa sobre
vida alienígena.
Formas
y comportamientos totalmente distintos a lo que conocemos: criaturas gigantes,
de colores, camuflajes imposibles, peces que utilizan “caña de pescar”, que “pastan” como las vacas, bellezas increíbles
como el dragón foliado o la magnífica “bailarina española” que me han dejado
extasiada, serpientes gigantes que son colonias de medusas, tiburones que caminan
como lagartos sobre el lecho marino en lugar de nadar, calamares caníbales, cangrejos asesinos que
decapitan a sus presas, gigantes que parecen haber servido de modelo a los
especialistas en efectos de Hollywood…,
Al
terminar y después de guardar los bártulos de la costura, estaba haciendo algo
tan inocuo como lavarme las manos cuando de súbito un pensamiento insidioso en forma de pregunta ha comenzado a tomar forma en mi cabeza.
Lentamente al principio, apenas un aleteo al que no he hecho mucho caso, pero
ha ido cogiendo fuerza y finalmente se ha instalado hasta obligarme a sentarme
y escribir sobre ello. Ha sido como esos
otros documentales dónde podemos ver a velocidad de vértigo el desarrollo de
una planta, así he notado yo cómo
brotaba el germen y surgía de las profundidades del inconsciente, como
poco a poco iban creciendo sus raíces y su ramas, haciéndose cada vez más grande y ocupando cada
vez más espacio. He notado cómo el
pensamiento se expandía tanto que físicamente ha empezado a arañarme las
paredes internas del cerebro, trastocándome la mañana.
“¿Hace
cuánto tiempo que no aprendes nada nuevo?”
Inmersa
en la vorágine loca del día a día y llevada por la inercia de la más absoluta
rutina, de trabajo a casa y de casa al trabajo, ¿cuánto hace que no hago,
pruebo, pienso, experimento, aprendo, descubro, investigo nada nuevo?
Si ni
siquiera los libros que leemos o las películas que vemos son en ningún modo
novedosas, acabamos escogiendo siempre aquéllo con lo que estamos
más cómodos, lo que no nos supone esfuerzo ni nos hace pensar. Nos quejamos de la rutina, pero secretamente
le agradecemos el colchón que nos ofrece.
Somos
como un programa de tertulia, interesante, vale, pero siempre debatiendo, dando
vueltas y desmenuzando los detalles de un mismo tema. Nunca creando nada nuevo. Todo lo que me interesa, y a lo que tiendo,
está ya desgastado. Y no hablo de la actualidad, ni de la
cotidianidad, está claro que siempre pasan cosas a tu alrededor, y cuando las descubres
o escuchas por primera vez, indudablemente es información novedosa. Pero sólo es
eso, información. Tampoco hablo de tareas nuevas que acometemos en aras de esa
cotidianidad, siempre habrá cosas que hacer y que a lo mejor ayer no sabíamos
hasta que alguien (a menudo YOUtube) nos las explica. Eso tampoco. ¿Pero qué
detalles, conocimientos nuevos he aprendido últimamente? ¿Qué pistas sobre el
funcionamiento del mundo que hasta ayer me eran desconocidas he incorporado a
mi acervo cultural?
Si lo
que leo y lo que veo trata de lo de siempre, si con las personas que estoy
hablo de lo de siempre, si en el trabajo y en casa hago lo de siempre, si en la
tele sólo veo gente hablando de lo de siempre. .. ¿He alcanzado la cima de todo
lo que mi mente puede y va a hacer el resto de su vida? ¿Esto es todo?
¿Qué
pasa con esas inquietudes que dejamos marchitar, porque nunca las regamos? ¿Esas
ideas locas, proyectos novedosos,
intereses , que dejamos morir sin dejarlos siquiera nacer?
¿Cuántas
cosas permanecen en la oscuridad de lo inmenso desconocido, como el profundo
océano, porque nos limitamos a movernos bajo la
tenue bombilla que hemos conseguido encender?
Me gustan mucho las frutas tropicales que encontramos estos días en el mercado: mangos, chirimoyas, aguacates,,,
Hoy me apetecía un poco de caqui y lo he preparado en una ensalada con tomate, pepino en láminas, pepinillos encurtidos y queso brie. Para el aliño he mezclado una parte de vinagre de módena con tres de aceite, y he sazonado con sal, pimienta y eneldo.
Sé que
voy a contracorriente en esto (diría que en tantas cosas…) pero no me importa.
El invierno por fin ha llegado y yo estoy ENCANTADA.
No es
que no me guste el verano, o la primavera que también me apasiona, pero soy de
la opinión de que cada cosa en su momento. Están muy bien las temperaturas de
treinta grados en agosto cuando es de día hasta las diez de la noche y voy en
tirantes. ¿Pero para que quiero viento sur o bochorno en noviembre?
Ayer di
mi primer paseo bajo la lluvia con frío de verdad desde que empezó este
invierno tan templado que nos ha acompañado estos meses. La sensación es
maravillosa, hasta el aire olía diferente.
La luz
de invierno es fantástica, los colores, aunque no sean más que degradados del
gris, son apabullantes si uno se detiene un momento y los observa, los aromas….
ese chocolate calentito, los puestos de castañas, el calor del horno en casa,
la calidez de una manta de sofá, de una bufanda… la respiración que se vuelve
corpórea como una proyección del alma, la lluvia fresca que bendice lo que
toca.
Técnica: Punto de nudo en la colcha, punto de tallo y sashiko en los cojines. La colcha lleva guata y un borde a ganchillo con perlé blanco nº8, el mismo utilizado para bordar.