Esta
tarde he visto uno de esos documentales de animales mientras terminaba de
bordar un cojín. Tenía puesta la tele de fondo y medio oyendo, medio viendo, seguía a ratos
la historia de unos peces monstruosos que habitan las profundidades marinas. Poco
a poco el programa ha ido ganando mi atención hasta encontrarme atendiendo totalmente
concentrada y embobada. Había peces de todo tipo, de los que jamás había oído
hablar ni siquiera podría haberme imaginado; casi parecía un programa sobre
vida alienígena.
Formas
y comportamientos totalmente distintos a lo que conocemos: criaturas gigantes,
de colores, camuflajes imposibles, peces que utilizan “caña de pescar”, que “pastan” como las vacas, bellezas increíbles
como el dragón foliado o la magnífica “bailarina española” que me han dejado
extasiada, serpientes gigantes que son colonias de medusas, tiburones que caminan
como lagartos sobre el lecho marino en lugar de nadar, calamares caníbales, cangrejos asesinos que
decapitan a sus presas, gigantes que parecen haber servido de modelo a los
especialistas en efectos de Hollywood…,
Al
terminar y después de guardar los bártulos de la costura, estaba haciendo algo
tan inocuo como lavarme las manos cuando de súbito un pensamiento insidioso en forma de pregunta ha comenzado a tomar forma en mi cabeza.
Lentamente al principio, apenas un aleteo al que no he hecho mucho caso, pero
ha ido cogiendo fuerza y finalmente se ha instalado hasta obligarme a sentarme
y escribir sobre ello. Ha sido como esos
otros documentales dónde podemos ver a velocidad de vértigo el desarrollo de
una planta, así he notado yo cómo
brotaba el germen y surgía de las profundidades del inconsciente, como
poco a poco iban creciendo sus raíces y su ramas, haciéndose cada vez más grande y ocupando cada
vez más espacio. He notado cómo el
pensamiento se expandía tanto que físicamente ha empezado a arañarme las
paredes internas del cerebro, trastocándome la mañana.
“¿Hace
cuánto tiempo que no aprendes nada nuevo?”
Inmersa
en la vorágine loca del día a día y llevada por la inercia de la más absoluta
rutina, de trabajo a casa y de casa al trabajo, ¿cuánto hace que no hago,
pruebo, pienso, experimento, aprendo, descubro, investigo nada nuevo?
Si ni
siquiera los libros que leemos o las películas que vemos son en ningún modo
novedosas, acabamos escogiendo siempre aquéllo con lo que estamos
más cómodos, lo que no nos supone esfuerzo ni nos hace pensar. Nos quejamos de la rutina, pero secretamente
le agradecemos el colchón que nos ofrece.
Somos
como un programa de tertulia, interesante, vale, pero siempre debatiendo, dando
vueltas y desmenuzando los detalles de un mismo tema. Nunca creando nada nuevo. Todo lo que me interesa, y a lo que tiendo,
está ya desgastado. Y no hablo de la actualidad, ni de la
cotidianidad, está claro que siempre pasan cosas a tu alrededor, y cuando las descubres
o escuchas por primera vez, indudablemente es información novedosa. Pero sólo es
eso, información. Tampoco hablo de tareas nuevas que acometemos en aras de esa
cotidianidad, siempre habrá cosas que hacer y que a lo mejor ayer no sabíamos
hasta que alguien (a menudo YOUtube) nos las explica. Eso tampoco. ¿Pero qué
detalles, conocimientos nuevos he aprendido últimamente? ¿Qué pistas sobre el
funcionamiento del mundo que hasta ayer me eran desconocidas he incorporado a
mi acervo cultural?
Si lo
que leo y lo que veo trata de lo de siempre, si con las personas que estoy
hablo de lo de siempre, si en el trabajo y en casa hago lo de siempre, si en la
tele sólo veo gente hablando de lo de siempre. .. ¿He alcanzado la cima de todo
lo que mi mente puede y va a hacer el resto de su vida? ¿Esto es todo?
¿Qué
pasa con esas inquietudes que dejamos marchitar, porque nunca las regamos? ¿Esas
ideas locas, proyectos novedosos,
intereses , que dejamos morir sin dejarlos siquiera nacer?
¿Cuántas
cosas permanecen en la oscuridad de lo inmenso desconocido, como el profundo
océano, porque nos limitamos a movernos bajo la
tenue bombilla que hemos conseguido encender?
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