Un pez,
una mochila,
un color,
una corriente,
una montaña,
son los elementos de esta historia inventada.
Con todo el cariño para Aitziber y su proyecto "Cuentos Mágicos".
Hace muchos, muchos años, en un
país muy lejano había una montaña mágica. De esa montaña nacía un río que
corría veloz colina abajo, limpiando campos y refrescando prados.
A lo largo y ancho de ese gran
río vivían un sinfín de peces: peces grandes, peces pequeños, peces medianos; peces atareados, peces desocupados; peces con una aleta, peces con dos y hasta
con tres aletas. Peces, todos diferentes entre sí.
Sólo una cosa tenían en común:
como el río corría montaña abajo, ninguno de ellos había estado nunca en la
montaña, ninguno había visto nunca el lugar dónde nacía el río, que era su
casa.
¿Eso les importaba?- preguntaréis.
¡No! Porque siempre había sido
así y como siempre había sido así, así siempre debería ser.
¡Pero un momento! Había un pez
que… Sí, un pececillo curioso que no se conformaba, que se pasaba las horas
preguntándose: “¿Qué habrá en la montaña?, “Ojalá pudiera ir a verlo!”
Se lo preguntaba a sus papas que le decían: “A la montaña no podemos ir. La
corriente es muy fuerte y no llegaríamos nunca. Nadar contracorriente es
imposible y los peces somos criaturas muy débiles. Siempre ha sido así y como
siempre ha sido así, así siempre debe ser.”
Se lo preguntaba a los peces más
sabios que le decían: “La montaña es un lugar muy peligroso. Aunque
consiguiéramos nadar contracorriente, los peces no somos valientes, somos
criaturas cobardes. No debemos ir. Así ha sido siempre y como siempre ha sido
así, así siempre debe ser.”
Pero la curiosidad del pececillo
era cada vez mayor y no se conformaba. El soñaba con ir a la montaña y ver con
sus propios ojos lo que allí había.
Así que un día, cansado de que
todos intentaran desanimarle, se dispuso a intentarlo. Agarró su mochila naranja de explorador, la
llenó de provisiones y emprendió el camino corriente arriba. ¿Sabéis una cosa? Hasta los viajes más grandes y difíciles comienzan
siempre con un primer paso. (Bueno, en este caso, con el primer aletazo.)
Seguro que os preguntáis: “¿El
pececillo no tenía miedo? “
¡Claro que sí, y mucho! Después
de todo, los peces más sabios le habían dicho que la montaña era un lugar muy
peligroso. Pero el pececillo pensaba: “¿Cómo saben que es peligroso si nunca
han estado allí?”. Ese pensamiento le ayudaba a estar un poquito menos asustado
y así comenzó a nadar colina arriba.
Pronto se dio cuenta que sus
papás tenían razón en una cosa: nadar contra corriente era realmente muy
difícil y él estaba cada vez más cansado. Pero ¡eh! difícil no es lo mismo que
imposible y después de mucho, mucho, mucho esfuerzo, de descansar cada poquito
agarrándose a las rocas, de retomar fuerzas con las provisiones que llevaba en su
mochila, y con mucho, mucho tesón, consiguió, sí, llegar a la montaña.
¿Y qué creéis que encontró allí?
¿Un tesoro?¿Un palacio? ¿Un reino?
¡Algo mejor!! Lo que encontró el
pececillo en el nacimiento del río era mucho más importante porque se encontró
a sí mismo. Descubrió que haber logrado
lo que más deseaba , a pesar de la corriente, a pesar de los que le decían que
no lo intentara, a pesar de sus pocas
fuerzas y a pesar de su miedo, le había
convertido en un mejor pez.
Ahora era un pez más fuerte porque había luchado contra la
corriente. Era un pez más sabio, porque había visto cosas que no había visto
ningún otro pez. Era un pez más valiente porque había superado el miedo. En
definitiva, era un pez más feliz porque había sido el dueño de su destino.
Porque las cosas aunque siempre
hayan sido así, no siempre deben ser así. Y al igual que el pececillo que con
su mochila naranja alcanzó la montaña, así todos nosotros podemos alcanzar
nuestros sueños si nos esforzamos lo bastante y no nos conformamos.
FIN