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Capítulo 8. UN DÍA CUALQUIERA
El maldito despertador. ¿Por qué
se pasará la noche tan rápido? Esta encima ha estado llena de sueños agitados. Cinco minutos más, por favor.
Y otros cinco. Ya no me queda más remedio que levantarme. Me ducho rápido, me
visto aún más rápido y desayuno un yogur, que quemaré en el trayecto a la oficina.
O quizás no, creo que voy a ir en bus como siempre.
Hoy no está el autobusero de
siempre. Ultimamente le ha dado por comentar conmigo las noticias, sobre todo
las amarillas. Al principio me molestaba y me sentaba lo más alejada posible de
él pero luego empecé a acostumbrarme. Si no fuera por él, no sabría quiénes son
la mitad de los personajes que salen por la tele.
Como no tengo con quién hablar, me
siento y desconecto del mundo. Me enchufo los cascos y adopto la pose para
estas circunstancias: máscara y mirada al vacío. Como siempre llego pronto así
que me paso una parada y regreso andando para hacer tiempo y llegar a la hora. Hoy
no tengo humor para tomar nada ni con el bizco ni con su hermana.
El portal está cerrándose, justo
acaba de entrar alguien. No he visto quién, pero por la estela del perfume que
ha dejado, se trata de Heidi, la última sustituta de Perfume Anestesiante que
está viniendo por las mañanas para ayudar a Medio Calvo ahora que Bigote no
está. La llamo así porque creo que debe ser
más miope que yo y no controla la cantidad de colorete que se echa por la
mañana. Casualidades de la vida, en realidad se llama como yo, Lidia. Corbata
Hiriente está encantado, le encanta referirse a nosotras como “sus Lidias”.
No me he equivocado, encuentro Heidi en el rellano, con Sosaina, otra nueva
incorporación. No hay mucho que decir de él, el nombre lo explica todo, aunque
según me dijo Corbata Hiriente el otro día, es un Bigote en potencia. «Ya
quisiera», me digo.
En ese momento me acuerdo de que
por enésima vez se me ha olvidado comprar papel higiénico. Desde que encontré
esa tarea en mi escritorio una mañana, no he conseguido acordarme nunca de
hacerlo. Pero lo curioso es que nadie ha reclamado, a pesar de las muchas
visitas al baño que hacemos en esta oficina.
Yo llevo mis toallitas pero no se qué harán los demás, no quiero ni
pensarlo. Corbata Hiriente supongo que tiene suministro ilimitado en los baños
de El Hotel.
–Cojan cada uno su cuaderno que
vamos a tener una reunión –nos saluda nada más vernos mi jefe disfuncional.
Allá vamos como corderitos. Empieza con el reparto
de tareas: un montón de temas diversos para mí, “que para eso soy Géminis”, un
cliente nuevo para Heidi y a Sosaina le termina de arreglar el día anunciándole
que le va a acompañar a “hacer unas visitas”. Noto que Sosaina controla su
desagrado clavándose la uña del índice derecho en la mano izquierda.
Acto seguido, nos reprende porque
la oficina está hecha un asco. Nos pide a Heidi y a mí que limpiemos las sillas
y sobre todo su mesa. Deduzco que la de la limpieza ya no pasa por aquí,
supongo que ha dejado de cobrar.
–¿Perdón, cómo dice? –le increpa
Heidi. El hace oídos sordos.
Y después suelta la bomba:
–Les voy a hacer una propuesta a
la que espero me digan que no. No se me asusten, pero ¿podrían trabajar los
sábados de 9 a 13, durante dos meses?
Silencio incómodo y baile de
miradas. Me pongo la máscara más impenetrable que encuentro en mi repertorio.
–¿Usted? –se refiere a Heidi.
Heidi asiente.
–¿Usted? –me mira a mí.
Asiento, aunque por dentro estoy
maldiciendo a sus ancestros hasta la
quinta generación.
A Medio Calvo y el Socio se los
salta.
–¿Y Usted? –se dirige a Sosaina.
Sosaina sonríe totalmente
abandonado a su suerte, con la expresión de un condenado, pero al final opta
por negarse.
–¿Cómo se le ocurre? A la empresa
nunca se le dice que no –dice enfadado Corbata Hiriente–. Aún tiene mucho que aprender, es usted
demasiado joven.
Se quita las gafas y le coge por
sorpresa de la mano.
–Yo le agradecería que aceptara
participar en este proyecto….
Resulta que el plan interminable
de la ONG morosa sigue dando vueltas de mesa en mesa. Por lo general todo el
que trabaja en ese plan de marketing acaba
marchándose, incluso se cumplió con Bigote y ha optado por una solución
desesperada: todos a una como en
Fuenteovejuna.
Sosaina insiste con una táctica
nueva: ahora duda de su “capacidad” para trabajar en un plan tan complicado. Consigue un nuevo toque de atención y una anécdota
desafortunada sobre un empresario que ahora está en la cárcel.
Vuelvo a desconectar contando las
manchas del cristal, que por cierto espero que mi jefe no vea, no me apetece
limpiarlas. Me despierta su grito:
–Cambio de planes: ¡Tarea para “las
Lidias”! , ¡Decidido!
Me pregunto si es posible que ya
esté borracho a estas horas. No lo parece, pero tengo mis dudas. Ahora está
explicando su plan estratégico sobre horarios y turnos para que los ordenadores
no permanezcan improductivos al mediodía cuando estamos comiendo.
Los ordenadores y las nuevas
tecnologías en general son para mi jefe una
cosa mágica a la que trata con tanta reverencia que por si acaso ni se les acerca.
Cuando algo sale mal suele decir que las “meigas” de los ordenadores han intervenido para
fastidiarle.
Por fin se cansa de hablar y se
marcha con Sosaina a “comercializar”.
Cuando salen por la puerta, lo
más que hacemos “las Lidias” respecto al tema limpieza es echar ambientador, aunque Medio Calvo
resulta ser alérgico y se pasa la mañana estornudando y mirándonos mal.
Como el resto de habitantes del
Cubo menos yo, Heidi también es fumadora y a veces me pide que la acompañe al
rellano a echar un cigarrillo. Supongo que para no tener que aguantar al Socio
o a Medio Calvo que se pasan media vida fumando allí o en el baño. Normalmente
no salgo, pero hoy las “meigas” están particularmente traviesas y estoy harta de pelearme con un programa
informático que no para de bloquearse.
Heidi aprovecha para quejarse de
que Corbata Hiriente es un machista. Ella también es Consultora y nunca la
lleva con él a visitar clientes. La miro en silencio. Cuando descubra en qué
consisten en realidad las visitas, estará contenta de quedarse envenenando a
Medio Calvo con ambientador.
Termina su cigarrillo y me dice
que se va a hacer unos recados. Me deja a solas con las “meigas” , el Socio y
Medio Calvo que no tardan en irse al baño.
Suena el teléfono.« Ojalá fuera
Bigote». Pero no, es mi jefe que quiere invitarme a comer con él y con Sosaina
en un sitio nuevo.
Encuentro a duras penas el restaurante,
nuevamente las indicaciones del Socio no sirven para nada. Llego antes que ellos
y como no me apetece estar de poste en la acera, entro y pido agua en la barra del bar. No hay más que
tíos con traje a mi alrededor mirándome sin pudor y haciéndome sentir bastante
incómoda.
Por fin llegan y vamos al
comedor. Por el camino me toca recibir una reprimenda por llevar mi vaso de
agua en lugar de dejar que lo haga el camarero. Cuando ya estamos sentados, decide
que no le gusta la mesa y nos obliga a cambiar. Ya me extrañaba que nos hubiera
dejado elegir nuestros asientos libremente. Después de un par de minutos
reorganizando el comedor bajo la atenta y algo mosqueada mirada del
camarero, por fin encuentra el lugar
adecuado para que nos aposentemos.
Después de la mañana algo espesa,
ahora parece que está de buen humor. Es uno de esos momentos en que le chispean
los ojos y no para de soltar halagos.
–Qué elegante está usted hoy,
señorita Lidia. Bueno, la verdad es que siempre está muy elegante. ¿No es
verdad? –mira a Sosaina que asiente mecánicamente porque está enfrascado en la
lectura de la carta. Tengo ganas de
decirle que no se moleste, no va a poder pedir lo que elija.
–Tiene unos ojos realmente
preciosos. –continúa mi jefe–. ¿Quiere
casarse conmigo? – pregunta de sopetón.
Casi me atraganto. ¿La primera
proposición de matrimonio de mi vida me la acaba de hacer mi jefe disfuncional
borracho delante de un compañero de trabajo, que está ahora mismo hurgándose la
nariz disimuladamente porque cree que no le estamos haciendo caso?
Sé que no lo ha dicho en serio,
pero me ha impactado igual. Mi vida es
realmente triste, no hay duda.
De primero pide ensalada mí y
Sosaina y potaje de garbanzos para él.
Tengo un hambre que me caigo pero no quiero ser la primera en coger el
cubierto. Ya me ha llamado la atención demasiadas veces en la mesa (fondo,
forma, rumbo y no sé qué más). Pero por lo visto Sosaina tampoco quiere
lanzarse y se queda mirándonos alternativamente a nosotros y al plato con cara
de no saber qué hacer. Por favor, que no es langosta ni caviar, ni Sosaina es
Pretty Woman, ¡que alguien empiece de una vez! Mandando al diablo las formas,
ataco la ensalada. Por supuesto me llama la atención por empezar antes que él.
Un cuarto de hora más tarde, su
plato sigue sin tocar, únicamente traga apresurado dos cucharadas de garbanzos,
justo en el momento en que el camarero le está recogiendo el plato, con lo que
consigue una mirada de cabrero que aparentemente le pasa inadvertida.
En el rincón en el que estamos
sólo hay dos mesas ocupadas, la nuestra y otra dónde está sentado un individuo
que cuando se gira, resulta que reconoce a mi jefe. Ambos son habituales del local
de Madame Piano. Después de saludarse efusivamente intentan concretar una fecha
para una cena que tienen pendiente. Desgraciadamente no podrá ser antes del 19
de noviembre porque están muy ocupados (estamos en febrero). Del desconocido me
lo puedo hasta creer, no tengo datos, y además se ha tragado los tres platos de
un menú en cinco minutos alegando que tiene prisa, ¿pero
Cortina Hiriente? ¿Ocupado?
Vuelve a prestarnos toda su
atención. Le da permiso a Sosaina para que se desabroche el botón de las mangas
si así se va a sentir más cómodo. Y le pide que me narre la visita de esta
mañana.
Sosaina empieza a relatarme la
historia, con frases demasiado rimbombantes y la adorna con unos cuantos
elogios a la capacidad negociadora del jefe. Estoy por aplaudir cuando termina.
Sosaina y pelota, vaya combinación. Corbata Hiriente está, claro, encantado.
Para el segundo plato mi jefe
ordena, cómo no, pollo para mí y Sosaina y para él dos huevos fritos con jamón
que no están en el menú. Genio y figura. Al camarero no le hace ninguna gracia.
El pollo está horrible y medio
crudo pero tengo tanta hambre que lo engullo sin pensar. Sosaina también come y
calla. Los huevos se quedan sin tocar en el plato.
–Sosaina, se va a encargar de los
trabajos “de calle” –(«es decir», traduzco mentalmente, «fotocopias y recados
varios»). –Para ir “haciendo zapato”.
Le encanta la expresión “hacer
zapato”, es su favorita, después de “les delego” y la tercera: “les convoco”.
–Y en todo los demás, –continúa,–
imite usted. a Lidia, obsérvela, sígala, aprenda de ella, – hace una pausa–. ¡Pero
sin ligársela claro! –gorjea, riéndose de su propio chiste.
Sosaina y yo también nos reímos pero sin ganas.
–Seré absolutamente profesional, –declara
el interesado.
–Tiene mucho potencial, pero aún no he visto la realización.
Parece pensar un momento y
continúa:
–Que si no, el 31 de febrero
cierro la empresa y todos a la calle.
–El 31 de febrero un poco difícil
–digo yo.
Me mira enfadado por la
interrupción, está claro que no lo ha pillado. Un minuto largo después, y
después de posar la copa de vino en la mesa, levanta la cabeza y se ríe a carcajadas.
–Pero qué ocurrente, Lida, qué
ocurrente.
Se echa hacia atrás en la silla
desternillándose. Está a punto de caerse, pero no tenemos esa suerte, consigue
agarrarse al borde de la mesa en el último momento.
Cuando se calma, me coge la mano
sorpresivamente y mirando a Sosaina Pelota le espeta:
–A esto se le llama cobertura.
Eso es lo que me da Lidia. ¿Sabe a qué me refiero?
–SSSíi – titubea.
Claramente no tiene ni idea. Y yo tampoco.
Me suelta la mano y pierde de
pronto el interés por nosotros. Apoya la cabeza en la barbilla y casi me parece
que echa una cabezadita. Sosaina me mira sin saber qué hacer.
De pronto levanta la vista y
extiende los brazos golpeando la copa. Tengo buenos reflejos y la sujeto antes
de que se caiga. Me lanza un beso de
agradecimiento.
Ahora es el turno de Sosaina. Le agarra
también de la mano y después de unos minutos de silencio en los que Sosaina no
sabe dónde meterse le dice:
–¿Ha notado lo mismo? En este
instante nuestros corazones se han unido. ¿No ha notado que le ha palpitado
tres veces? – Sosaina me mira buscando ayuda. Pero no la encuentra, se lo
merece por pelota.
Le suelta y se levanta para
sentarse en la mesa de al lado con una pareja que acaba de llegar y que no sale
de su asombro por la intromisión. Señalándome les dice que yo soy muy apática.
Ellos se ríen, imagino que esperando que si le dan la razón, ese chalado que se
ha sentado a su lado se largue sin incordiar.
–No es muy habladora –insiste
mientras se levanta con esfuerzo, –pero por lo menos sabe sonreír – me sonríe
suspirando–- No, no es que sepa, es que
sonríe, – sentencia.
Por lo que sea, decide que ese es
el momento idóneo para llamar por teléfono a Barcelona, dónde vive su padre. Está
más de un cuarto de hora dándole las gracias a la mujer de su padre por cuidar
tan bien de su “progenitor” antes de que le pasen con él.
–Te quiero papá, te adoro.
Cuando cuelga me dice que esa
tarde va a tener tres reuniones. Creo que suspiro demasiado ruidosamente pero
no se da cuenta. Antes de la primera, le pide a Sosaina que se ponga en un
rincón y escriba una lista de las tareas que se hacen en la empresa, quiere
reorganizarlas. Sosaina va al rincón a hacer sus deberes sin protestar.
1º reunión: El Creativo
Hoy no trae la corbata de Mickey,
sino unos jeans de marca y una chaqueta
con coderas que se quita y deja apoyada en la silla. Viene con el ceño fruncido porque tiene una factura pendiente de cobrar. Parece
que el Creativo es sólo el que nos ha impreso la papelería con el logo de la
empresa. A eso se reducía la amistad de la que presumía Corbata Hiriente.
Después de varias promesas de
pago por parte de mi jefe, por fin se levanta para irse, pero no sin antes
increpar a Corbata Hiriente, llamándole toda clase de lindezas, hasta que se
queda sin vocabulario. Permanece unos instantes de pie, con los puños cerrados
y abriendo y cerrando la boca, esperando que se le ocurra algún adjetivo más pero como la inspiración no llega, recoge
su chaqueta. Mientras se la está poniendo, explota:
–¡Gnomo, más que gnomo!
Cuando Creativo ya ha salido, mi jefe
me pregunta qué es un gnomo. Se lo explico y me mira como si la que estuviera
bebiendo Cutty Sark fuese yo . Dejo de hablar esperando que se le olvide la conversación y cambie de
tema, lo que tarda en hacer exactamente tres segundos. Paquito y Perfume
Anestesianteta, mis peces, tienen más retentiva.
Sosaina regresa con su lista.
Corbata Hiriente dibuja una tabla en el mantel (papel, observo aliviada). Le
pide a Sosaina que ponga en fila las tareas y en las columnas nuestros nombres.
Tenemos que ir marcando crucecitas en las casillas correspondientes. Resulta entretenido, no lo niego.
Ahora me quiere también en las
áreas de “Producción” y ” Administración” y me da seis meses de plazo para
acabar de formarme y llegar al top de la lista: “Dirección Estratégica”. Digo
que sí a todo. Total, en cinco minutos habrá cambiado de opinión.
Se le ocurre llamar a Heidi a la
oficina para que venga y colabore rellenando la tabla.
–¿Pero qué le pasa a Usted hoy?
¿Ha dormido en un pajar? –Es su saludo
cuando Heidi llega. La pobre pone cara de asombro y dice que no, que no ha
dormido en ningún pajar.
–Pero qué le pasa –sigue él–, ¿tiene calor? A usted le pasa algo, ¿está
enamorada?
A eso Heidi contesta que sí, pero
que desde hace tiempo, no es de hoy.
–Pero si estoy muy contenta, –
dice Heidi ofendida, pero él continúa diciendo que la encuentra cansada y
ojerosa.
2º reunión: El padre de familia
Hace un rato que Heidi se ha ido
cuando llegan otro supuesto amigo de Corbata Hiriente y su hijo. Me los
presenta como “ese entrañable amigo y familia”. El padre es un señor muy
sonriente y con cara de bonachón y el hijo, un chavalín que se porta como se portan los hijos educados cuando los
padres se encuentran con un amigo: sonrisa de circunstancias y resignación.
El pobre desgraciado va a hacer
prácticas en la empresa. Tres días a la semana.
–Apunte Usted, Lidia, –me pide mi
jefe.
Yo apunto.
–Dos horas por día. ¿lo ha
apuntado? - me mira–. De momento se
encargará de las fotocopias, etc…
Yo apunto “trabajo de calle”
mientras pienso en que Sosaina se ha librado, por lo menos los días pares.
El padre preocupado insiste un
par de veces en la necesidad de que estas prácticas no interfieran en los
estudios del muchacho. Corbata Hiriente no le hace caso, está más pendiente en elaborar una lista de recomendaciones básicas: chaqueta y corbata, zapatos
negros y “esa perilla te la puedes dejar porque te hace atractivo pero no está
bien visto en el mundo empresarial. Es decisión tuya si te la quitas o no”.
Yo espero que su decisión sea no
afeitársela, porque para lo que va a durar, sería una pena sacarificarla.
3º reunión. El socio canceroso
Llega el Socio, que trae unos
papeles para que Corbata Hiriente los firme. Mientras se sienta con nosotros, mi
jefe se inclina para susurrarme “ahí viene el canceroso”. Le miro extrañada y también avergonzada,
porque sus susurros no suelen ser precisamente discretos y no me sorprendería
que el Socio lo haya escuchado, aunque si es así, no ha dado señales de haberlo
hecho.
No me había fijado hasta ese
momento pero es cierto que el Socio tiene muy mal aspecto. Tiene la voz ronca,
ojeras y también está más delgado. Le pregunto si se encuentra bien. Resulta
que ha estado seis días ingresado por neumonía y ni nos habíamos enterado. Yo estaba imaginando motivos más interesantes
para su estado alicaído, como una pelea con Daniela por ejemplo.
–Cuídate, mañana no vengas a
trabajar – dice mi jefe mientras firma–. Que no vengas he dicho, ¿me vas a
hacer caso? –insiste– , que lo tuyo es
grave, te lo digo yo que me huele a cáncer.
Espero que el Socio no sea muy
aprensivo. Se va arrastrando los pies pero mañana vendrá a trabajar, eso
seguro, no hay más que mirarle para saber que no tiene otro sitio mejor al que
ir.