Capítulo 5. LA ESTRATEGIA DEL GENERAL
Durante las dos semanas
siguientes, salvo un breve amago de invierno que fue un espejismo y duró apenas
dos días, siguen torturándome el calor y el bochorno. Al mediodía la temperatura suele rondar los 30º y yo me quiero morir. Tener que salir de casa
después de comer para hacer el trayecto hasta el Cubo acaba con mis reservas.
Por suerte, al regresar a casa ya ha oscurecido y refresca un poco.
Estoy agotada sin hacer nada, me duele la
cabeza permanentemente y respirar este aire tan caliente me provoca náuseas. ¿Qué
ha sido del invierno? ¿Quién lo tiene secuestrado? Se está acabando el año y
tenemos temperaturas tropicales. Por si Dios no me hubiera castigado bastante,
también me obsequia con el cambio climático. Gracias.
La gente por supuesto está encantada de que
tengamos este tiempo tan soleado, sobre
todo en fin de semana. Si por lo general, el resto del mundo no me cae
excesivamente bien, estos días sencillamente les odio a todos.
El estado del clima ya ocupa más
espacio en los informativos que el destinado al resto de noticias. Dependiendo
del canal, o tal vez del presentador, se refieren a este inexistente invierno
como un “regalo”, un “síntoma “ o una
“anomalía”. A mí el tema me aburre tanto que ya ni enciendo la tele.
Sigo llegando pronto cada día y a
pesar de mi intención inicial de no volver a entrar en la Cafeteria Jubileta
para no volver a encontrarme con Doña Calceta, el camarero bizco me sigue dando
miedo, así que la segunda semana acabé al lado de Doña Agujas recibiendo mi
primera clase de calceta. Para mi sorpresa se me dio bastante bien y he
continuado yendo casi todos los días desde entonces.
Generalmente cuando llego al Cubo
sólo está el Socio y un poco más tarde
viene Medio Calvo. Suelen aguantar poco tiempo sentados, no paran de salir cada
cinco minutos, según ellos al baño. Yo supongo que van a fumar o a tomar el
aire, más que nada porque suelen ir juntos.
O eso o tienen problemas de próstata o están enrollados. No me
sorprendería ninguna de las tres opciones.
Todavía no tengo muy claro si
Medio Calvo me cae bien o no. Parece el
típico comercial chulito y con michelines adquiridos tras una larga carrera de
comidas con clientes. Corbata Hiriente me dijo el primer día de Hotel que
estaba pensando en despedirle, porque desde que trabaja para él se está
poniendo como una foca y él no quiere gordos a su alrededor. Le faltó decir “para que me hagan sombra”. Lo
cierto es que antes de que Corbata Hiriente me lo señalara, yo no me había
fijado en esas redondeces, pero ahora no puedo evitar que mis ojos se posen en
su orondo y bamboleante trasero cada vez que pasa por mi lado.
Mi rutina empieza
encendiendo el ordenador y abriendo mi cuaderno. No tengo mucho más que hacer así que
suelo terminar haciendo dibujitos o escribiendo tonterías que luego tengo que
destruir.
Bigote va y viene, dependiendo
del trabajo y del humor de Corbata Hiriente.
Hoy el día parecía bastante
tranquilo, hasta que Corbata Hiriente ha decidido llamarme. Está con un amigo
suyo en El Hotel y quiere que vaya. Me
explica que es un “Creativo”, aunque lo
único creativo que puedo apreciarle en los minutos que está con nosotros es la
corbata amarilla que lleva, con un Mickey Mouse color fucsia, sujetada por un
alfiler rojo con dos cerezas doradas. Tal vez precisamente su amistad provenga
de que comparten el mismo proveedor lunático de corbatas.
Contra pronóstico no me lo paso
tan mal, me he acostumbrado a escuchar conversaciones ajenas sin tener que
intervenir. Seguramente sus “amigos” pensarán que soy un poco retrasada. Pero luego
pienso que si son amigos suyos, no tendrán el listón muy alto.
Saboreo mi taza de té mientras ellos debaten
sobre “cosas creativas” y cuando Corbata Hiriente comienza a dar su discurso
del general, me excuso para ir al baño.
Cuando vuelvo, Bigote, que acaba
de llegar está en la mesa solo. Corbata Hiriente y Creativo se están
despidiendo con un abrazo en la acera. Bigote aprovecha para decirme que me va
a caer una bronca porque según Corbata Hiriente no he sido muy simpática con el
Creativo.
Cuando vuelve, resulta que la
bronca no es para tanto, no llega ni a regañina y Bigote parece más aliviado
que yo. Siempre parece preocupado por mí. Es un encanto.
Corbata Hiriente comienza a
escribir en el mantel la lista de mis funciones, que ha decidido ampliar, para
adecuarla a la nueva estrategia que nos cuenta que está planificando.
–Vamos a terminar de encarrilar
el rumbo – dice convencido mientras levanta la vista del mantel para mirarme.
Deja la pluma un momento y me da una palmadita paternal en la mano.
–Flor y látigo.
Suspiro y finjo que no me doy
cuenta de la mirada asesina con la que nos taladra el camarero, porque el
mantel en el que está escribiendo es de tela. Bigote tiene la mirada fija en el
techo.
Una de mis nuevas tareas va a
consistir en preparar una etiqueta que ponga Botiquín y pegarla en una caja de
cartón dónde tenemos aspirinas caducadas, agua oxigenada y alguna tiritas, algunas
de ellas usadas, porque alguien ha debido de confundir la caja con una
papelera. Supongo que esa es la
auténtica razón de que necesitemos una etiqueta y no como mi jefe apostilla con
un guiño:
–Por si nos hacen una inspección…
Si nos hacen una inspección, lo
del botiquín será lo de menos, pero me abstengo de comentárselo. Vive en una realidad inventada, dónde él es el
empresario del año y el Cubo un proyecto empresarial lleno de talentos
potenciales a los que él está formando y tutelando.
Cuando leo otra de las tareas que
está anotando en la pizarra–mantel, me rechinan los dientes de lo fuerte que
aprieto la mandíbula: quiere que vaya con él a visitar clientes.
No me da tiempo a asimilarlo
porque quiere que nos estrenemos mañana mismo. Me pide que vaya por la mañana y
que luego me tome la tarde libre. ¿Qué
ha sido de mi intención de decir que no de vez en cuando? ¿No he quedado
infinidad de veces con mi vocecita
interior que voy a negarme porque no me importa que me despida? O la voz o yo mentimos, está
claro.
Por la noche casi no duermo
pensando en mañana, y cuando suena el despertador y me levanto tengo ojeras
imposibles de disimular.
Llego con el tiempo justo así que
me arriesgo y entro al bar del bizco a por una manzanilla rápida. Resulta que
el camarero bizco no es tan amenazante como parecía, y las tazas están más
limpias que en la Cafetería Jubileta, lo que no deja de ser un plus.
Corbata Hiriente ya está en el
portal cuando salgo del bar y montamos en su coche. Nos encontraremos con
Bigote en la dirección del cliente.
–¿Está enamorada? ¡Vaya ojeras
que tiene! –me suelta a modo de saludo.
Voy a contestar pero ya se ha
olvidado de mí y está rebuscando algo en su cartera.
–Tengo que pasar un momentito por
el banco, señorita Lidia –dice al arrancar.
Callejeamos un rato por el centro
y acaba dejándome en doble fila con el coche en marcha. Por un momento tengo
miedo de que esté atracando la entidad (antes de salir me ha preguntado si se
conducir) pero por fin sale sin ningún empleado persiguiéndole, se monta y continuamos la marcha.
La visita consiste en eso
precisamente, ir a la fábrica del cliente, dar una vuelta con él por el
almacén, engatusarle con una buena dosis de falsos cumplidos, hacernos los
importantes y salir pitando antes de que “el cliente” reaccione.
Paramos a comer en un restaurante
árabe. Bigote se tiene que ir y nos deja
solos.
–Entrenamiento – dice mientras se
encoge de hombros con cara de bueno.
Tal vez yo debería apuntarme a
Rugby, o a bailes regionales, lo que sea.
En el restaurante, como siempre, Corbata
Hiriente pide por mí. He llegado a la
conclusión de que lo hace para evitar que se me ocurra pedir algo que no sea lo
más económico del menú. A estas alturas,
ya sé que están totalmente pelados, él y su empresa.
Doy buena cuenta del pollo con
cebolla y piñones mientras él juega con su ración en el plato. Ya he observado otras
veces que no suele comer casi nada. Bigote me ha comentado en alguna ocasión
que es algo habitual entre los alcohólicos. De postre pide pastelitos con miel
y té con menta para mí y nada para él. Está todo tan dulce que casi vomito.
Sigue repasando mis tareas,
parece que no termina de estar satisfecho con la lista. Saca la pluma y
comienza a garabatear de nuevo en el mantel. Afortunadamente éste es de papel y
el camarero que por cierto tiene de árabe lo mismo que mi abuela, ni nos mira.
Me hace “responsable” del departamento
de compras, básicamente material de
oficina (cuadernos y bolis). ¡Ah! y la última tarea es comer con él cada 15
días.
–No la voy a echar, señorita
Lidia.
«Lástima», pienso yo.
–Consecuencias, consecuencias… –se
detiene mirando al vacío.
Medita un rato en silencio mientras
traza círculos en el mantel y de improviso, se levanta para irse. Le sigo hasta
el coche y no cruzamos ni palabra durante el
trayecto. Estoy asombrada.
Antes de que me baje, introduce
la mano en el bolsillo interior de la americana y saca un sobre. Mi primer
cheque.
–Cóbrelo usted rápido, porque
puede que para el lunes no haya dinero –dice con expresión seria.
(continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario