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Capítulo 9. EL VIAJE ASTRAL
Es el cumpleaños de Bigote y he
quedado con él para celebrarlo a una
tasca mejicana que a él le gusta mucho. Aprovechando que sólo estamos Sosaina y
yo en el Cubo, decido marcharme antes de mi hora, después de todo ha sido una
mañana tranquila, pero Sosaina me retiene en la puerta y me dice que tiene una
sorpresa para mí. Me regala un libro y me dedica una sonrisa estúpida.
–Me has ayudado mucho y no te he
dado las gracias como te mereces – creo que dice, porque está tartamudeando de
tal modo que es difícil entenderle.
A mí se me erizan todos los pelos
de la espalda. Mi radar ha fallado estrepitosamente, estaba convencida de que
este chico además de un pan sin sal era
gay y resulta que me está tirando los tejos.
–Gracias –contesto y salgo pitando sin darle tiempo a
replicar.
Cuando se lo cuento esa tarde a
Bigote, él se ríe a carcajadas y me dice que ya se lo imaginaba. Que me ande
con ojo, que seguro que al día siguiente intenta algo. A veces me fastidia la
manía de Bigote de tomárselo todo a broma, la verdad.
Nos sentamos en un rincón y le doy
la postal que le he comprado. No tengo ni idea de si le gusta o no. Le noto muy
serio.
Por fin me dice que ya ha
terminado la formación que estaba haciendo en la empresa en la que ahora
trabaja. Al finalizar el periodo de formación, debe ya trasladarse a Hong Kong.
Se va en una semana y quería avisarme.
–Estaba encantado con esta
oportunidad. Tenía muchas ganas de irme pero ahora estoy hecho un lío y no me
apetece nada.
–Sigue siendo una gran
oportunidad – digo con tono indiferente, pero por dentro estoy asimilando el
significado de sus palabras y él lo sabe.
Se queda callado un rato y luego
me cuenta que Corbata Hiriente le llamó ayer para pedirle ayuda con el plan
maldito, así que se va a acercar un par de mañanas al Cubo, no le importa
hacerle ese favor.
–Me tienes que recibir como a una
visita – sonríe.
Le cuento que Corbata Hiriente
está un poco diferente estos días. Le ha dado por llamar a su madre a París
todos los días al llegar, y en el café de la mañana se suele tomar un té
conmigo.
–¿El también pide té?
–Sí – miento.
No se lo cree claro.
Al final, el día que Bigote “se
pasa” por el Cubo, sólo se queda unos minutos, porque Corbata Hiriente ha
cambiado de opinión y dice que ya no le necesita. Va a “reorganizar” de nuevo
al equipo. Pero eso sí, quiere
aprovechar la ocasión y despedirse de él
como se merece.
Nos reúne alrededor de la mesa
redonda y nos hace cogernos de las manos. A Bigote se le escapa un
involuntario «¡ay, joder!» mientras pone los ojos en blanco. A “las
Lidias” nos da la risa y Sosaina tose en un intento por disimular. Medio Calvo
se está perdiendo el momento porque ha salido hace un rato al baño y aún no ha
vuelto y el Socio agacha la cabeza, supongo que rendido.
–Garay, mi más preciado
colaborador – comienza Corbata Hiriente con los ojos cerrados–, un hombre con tanto talento, tan buen profesional,
un crack del marketing…–abre los ojos para comprobar que estamos atentos y los
vuelve a cerrar–. Siempre podrá decir con orgullo que aprendió aquí lo que sabe
y yo siempre recordaré con orgullo a quién fue como un hijo para mí.
–Amén – dice Bigote solemne.
Sosaina tose más fuerte y Heidi se
muerde el labio. Corbata Hiriente nos mira con recelo, parece estar valorando
si nos estamos burlando de él. Bigote me
guiña un ojo, como en los viejos tiempos. Hace un mes Corbata Hiriente casi le
da con el zapato y hoy sólo le falta besarle.
Nos ponemos todos en pie y el
jefe abraza a Bigote mientras le da las
gracias por los servicios prestados.
–Y por supuesto, está usted
invitado a la próxima comida de Navidad.
A continuación se dirige al resto de nosotros.
–Siento mucho no ser más simpático
con ustedes –nos dice– , pero es este trabajo, la vorágine en la que vivimos,
toda esta situación…
«¿Vorágine?» Nos miramos pensando
todos lo mismo. Si hubiera menos actividad, estaríamos muertos.
Mientras Bigote termina de
despedirse de todos, llaman a la puerta.
–¡Ah! Justo a tiempo, mi nueva
adquisición. Un recurso valiosísimo. –Corbata Hiriente se frota las manos – . No
le llega a Usted a la suela del zapato –dirigiéndose
a Bigote–, pero haremos lo que podamos para moldearle.
Bigote se va y nos quedamos con
el chico nuevo. Le entrego el dossier de
rigor para que se entretenga y unos minutos más tarde Corbata Hiriente se lo
lleva al Hotel. Antes de salir se acerca a mi mesa y me dice bajito al oído:
–Antes trabajaba en Adolfo
Domínguez. Vamos a introducirnos en el
sector de la moda con él. Es perfecto para usted. Y muy guapo.
–Por cierto –me dice en voz alta ya
en la puerta–, redacte usted una carta de despedida para Garay. Que sea afectuosa,
quiero que le sirva de consuelo cuando se encuentre a tantos kilómetros de
casa, rodeado de mafiosos chinos. Déjemela en la mesa, la leeré mañana.
Al día siguiente, el “valioso y
guapo recurso” no aparece y no volvemos a oír nada del sector de la moda. En cuanto a la carta,
cuando la lee, menea la cabeza. En su opinión es muy escueta y fría (no ha
dicho apática) y le pide ayuda al Socio.
–Usted sí que sabe escribir
cartas –le dice.
Miro a Corbata Hiriente con
sorpresa pero después de un rato llego a la conclusión de que el comentario ha
sido casual. El Socio, sin embargo, está rojo hasta las orejas cuando coge la
carta para modificarla.
Esa noche Bigote y yo nos reímos leyéndola,
pero yo por dentro estoy llorando. Le han adelantado el viaje y sale mañana
para Hong Kong. He pedido mi primer día libre para ir a despedirle al
aeropuerto.
Paso las siguientes semanas en
una especie de sopor. Me cuesta levantarme por las mañanas y ni siquiera me
apetece tomar alto con el Bizco o con Doña Calceta. Habíamos empezado una nueva
bufanda pero no me siento con fuerzas para acabarla.
Está terminando el invierno y yo sigo vegetando los fines de semana en casa,
sin nada interesante que hacer. Ni siquiera Paquito y Perfume Anestesianteta,
son un consuelo. Mi única ilusión es la promesa de Bigote de venir unos días en
Abril. Ahora sí que Corbata Hiriente puede llamarme apática con razón.
Esta mañana también Corbata Hiriente está algo apagado y me pide
que vaya con él porque quiere “compartir
un momento conmigo”. Acabamos en el local de Madame Piano, que está sentada al
piano cuando entramos. Debe de haber recibido alguna clase, porque toca
bastante mejor que la primera vez. Pero el local no ha cambiado, sigue en
penumbra y sin clientes.
–Si por mí fuera, les echaba a
todos ustedes –lo primero que me dice al sentarnos.
«Vaya tarde que me espera»,
pienso.
–Ortega es un desastre – asegura.
Tengo que hacer un esfuerzo para
saber de quién habla: Culo Bamboleante, perdón Medio Calvo. No le falta razón, desde
luego.
–“Mi otra Lidia” es una
manipuladora –– continúa–, utiliza su inteligencia para manipular a la gente.
Se aferra a este trabajo para sentirse superior y presumir de más status del
que en realidad tiene.
«¿Status con este trabajo?.»
–Además es una maleducada en la
mesa – prosigue–. No es como usted, no
tiene clase.
Suspira mientras le da un largo
trago a su copa.
–A las dos bobas de la tarde las
voy a despedir.
Se refiere a dos chicas que hay
ahora por la tarde. Una de ellas ya ha anunciado que se irá este viernes y la
otra hizo lo propio durante un ataque de llanto que tuvo delante de todos.
Según Corbata Hiriente, su marido la maltrata. Por lo visto cree que todas las
mujeres maltratadas acaban en su oficina. Y a lo mejor no le falta algo de
razón. Puede que no un marido, pero está claro que las y los habitantes del
Cubo estamos algo maleados por la vida y con la autoestima algo dañada.
–Fernández lo está haciendo mejor pero no se lo voy a
decir o se dormirá en los laureles. No le conozco demasiado bien – nuevo
suspiro.
Eso es porque Fernández, alias
Sosaina, es con diferencia el que menos se ha llevado de copas. Y es que hasta Corbata Hiriente se aburre con él.
–¿No ha notado usted que
Fernández está enfermo? - me pregunta.
Niego con la cabeza.
–Sí, – dice enfáticamente–. Ha
adelgazado mucho, está muy grave. Pero al menos no es SIDA porque ni es
homosexual ni se droga.
Ante un comentario tan
contundente y que me transporta a comienzos de los años ochenta, no se puede
decir gran cosa.
–Estoy teniendo mucha paciencia
con él –prosigue–. No es como “Estrella del Amanecer”.
Desde que sabe lo de Hong Kong,
llama a Bigote “Estrella del Amanecer”.
–Estrella del Amanecer estaba a
mi nivel, no como todos estos calzonazos – dice mientras hace girar su vaso.
Le doy un trago al mío para no
opinar.
–Ojalá Usted tuviera 40 años más
–cambia de tema.
Otro diría “ojalá yo tuviera 40
años menos” pero lo dejo pasar. Espero que no vuelva a ofrecerme matrimonio,
aún está demasiado sobrio.
–Le voy a ofrecer un aumento de
sueldo – me dice la ridícula cantidad–.. Es mucho menos de lo que Usted se
merece pero es todo lo que puedo darle –ladea
la cabeza y me sonríe–. Es Usted
una persona especial, desprende energía positiva. Lo noto en el color de su
aura.
Estoy tentada de preguntarle de
qué color es pero me reprimo a tiempo. Me he prometido no darle demasiadas
alas.
Me coge la mano y dice que va a
leérmela.
–Tiene Usted una vida muy
compleja, con todos los actos interrelacionados entre sí.
«Pues vaya lectura de mierda»,
pienso.
Continuamos bebiendo en silencio..
–Es Usted maravillosa – interrumpe de nuevo Corbata Hiriente–. Si alguna vez usted o alguno de sus hijos
necesita algo de mí, no dude en pedírmelo.
Se lo agradezco, aunque si algo
tengo claro es que él necesita bastante más ayuda que yo.
–Me he reconciliado con mi hijo –
dice de improviso–. Está trabajando en Zaragoza. Estoy muy orgulloso de él.
–¡Cuánto me alegro! –y lo digo sinceramente
–Para un hombre como yo es
difícil ser un buen padre.
«Desde luego».
–¡Cásese conmigo! – suelta de
repente.
Me ofrece una pensión vitalicia y
la garantía de quedarme su casa de aquí
y la de París cuando la “palme” su madre. Me recuerda que debo pensar en el
futuro, ahora que él está pensando en trasladar la oficina a otra provincia
(primera noticia) por tema de impuestos.
Como ni le contesto, cambia de
tema de nuevo.
–Este año va a ser difícil para
los Leo –baja la mirada, triste.
Otras veces el alcohol le vuelve locuaz
y dicharachero pero hoy está melancólico. Me pregunto si será por lo de su
hijo, pero enseguida descubro la razón. Me confiesa que se acerca su
cumpleaños.
Ha pensado en organizar una
comida con todos nosotros para celebrarlo y quiere que sea en su barrio. Está convencido
de que sus vecinas están locas por él por lo buen partido que es. Se le echan
encima y se siente acosado. Cree que una comida con sus empleados servirá para
desilusionar a esas viejas locas. No entiendo ni un ápice ese razonamiento, pero asiento.
–Voy a hacer la comida sólo con
los miembros femeninos de la oficina.
Bueno, ahora está un poco más claro.
–Tal vez una barbacoa, con ropa
informal –sigue pensando en voz alta.
Me viene una imagen mental de
todas nosotras con él en chándal en medio del monte. Parecerá un proxeneta con sus putas de
excursión. Sacudo la cabeza para ahuyentar esa imagen. El se ha quedado en
silencio, pensativo.
–Estoy orgulloso de “Estrella del Amanecer” – nuevo salto en la
conversación–. Ha sido mi mejor obra.
–clava su mirada en mí–. Le voy a hacer
una confidencia – me quedo expectante– a
veces estoy en un nivel superior de entendimiento pero no puede compartir mis
conocimientos con nadie ni explicar mis sensaciones y presentimientos.
Cojo aire y vuelvo a asentir,
tampoco se me ocurre ningún comentario
para eso. Le veo juguetear un rato con su corbata y de repente vuelve a mirarme
cómo si se hubiera olvidado de mi presencia.
–Con “Estrella del Amanecer” tenía una conexión especial, porque él también
está a ese nivel. La otra noche visité
su casa en Hong Kong en un viaje astral al que él me invitó mentalmente.
Me dedico a pescar la aceituna de
mi vaso para no mirarle, porque está empezando a asustarme.
–Le dije que tuviera cuidado,
presiento que está teniendo problemas con la mafia china.
¡Por fin! Consigo coger la
aceituna que se me resistía y metérmela en la boca. De sopetón me agarra y me
da dos besos en las mejillas. Me atraganto y empiezo a toser descontrolada. Mi
jefe me sacude como un poseso hasta que se me pasa.
Estoy boqueando y con los ojos
llorosos pero como si no hubiera sucedido nada, Corbata Hiriente se recuesta en
la silla y me pide mi opinión para sacar
adelante la empresa.
–Todo es posible –le digo aún sin
aire–, porque usted nunca tira la toalla
. Seguro que tiene buenas noticias que darnos en su cumpleaños.
El comentario le emociona tanto que
pide una segunda ronda. Yo estoy pellizcándome porque en realidad no me lo
estoy pasando mal del todo. Bigote
también cree que sufro de síndrome de
Estocolmo. Anoto mentalmente que tengo que llamarle para contarle lo del viaje astral.
Corbata Hiriente me acompaña al
autobús y se queda plantado en la parada diciéndome adiós con la mano y una
sonrisa de oreja a oreja hasta que el
autobús arranca. Estoy demasiado avergonzada como para levantar la vista de mi
falda. Afortunadamente no hay mucha gente a esas horas.
Cuando por fin doblamos la
esquina y se pierde de vista, me relajo y me pregunto que pensaría Corbata
Hiriente de la foto de Estrella del Amanecer que llevo ahora en la cartera.
(continuará)
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