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- El viaje astral
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Capítulo 11. SINDROME DE ESTOCOLMO
Parecía que las obras del Parque no
avanzaban y que no se iban a acabar nunca pero pasito a pasito ha llegado el
día de la inauguración. Hay previstas diversas actividades durante la semana,
entre ellas un concierto de un grupo
local y el mismísimo alcalde acudirá a cortar una cinta y salir en la foto.
En una interesante coreografía
del destino, hoy es mi último día en el Cubo. Tal vez mi horóscopo no se
equivocaba tanto después de todo. Me vaticinó una transformación y un viaje y
aquí estoy, con los billetes de avión a Hong Kong en el bolso, dispuesta al
mayor cambio de mi vida.
Bigote quería renunciar y
volver a España pero no puedo dejar que
sacrifique un futuro prometedor en una empresa importante por alguien que como yo, no tiene que renunciar a nada. Así que
aquí estoy dispuesta a dar el mayor salto al vacío que puedo imaginar.
Cuando vine a la entrevista con Corbata
Hiriente, todo este barrio me pareció oscuro y tétrico; la calle, el barrio y
hasta la gente. Han pasado cuatro meses y voy a echar de menos este ambiente,
estos edificios con sus fachadas
pintorescas, estos comercios tan cercanos,
y también las personas que los regentan. El paseo al lado del río, ahora
que el Parque está terminado, es una zona preciosa y me da pena no llegar a
estrenarlo. No sé en qué momento empezaron a desaparecer las obras y los
andamios del paisaje. Supongo que por lógica debió de suceder de manera
gradual, pero para mí ha sido un suceso abrupto y repentino, como la floración
en primavera.
Acabé el año pasado entre pastillas, mareos y ataques de ansiedad, sin familia, sin
amigos ni malditas las ganas de tenerlos, odiando a la gente, a las cosas, a mí
misma, sin motivos para levantarme por la mañana, ni para acostarme por la
noche, viviendo, caminando y respirando por inercia. Mi única aspiración en un
día normal era pensar lo menos posible.
Ayer me di cuenta mientras hacía
limpieza de papeles antiguos en casa que ni me acuerdo de la última vez que visité a la
psicóloga ni de de última vez que tuve un ataque de pánico.
En el autobús voy pensando en mi
encuentro con Corbata Hiriente. Ayer Bigote y yo decidimos que no merecía la
pena contarle la verdad, así que le diré sin más que me voy porque he
encontrado trabajo, -uno de verdad-.
Comento con el autobusero los
últimos cotilleos de la tele y me bajo en mi parada. Llego muy pronto pero hoy tengo
cosas que hacer: despedirme del Bizco, que me da un abrazo de oso que me
emociona. También de Doña Calceta, que
me besa y me llama “joya”. Y le he
comprado unas partituras a Madame Piano, quién las acepta encantada y me invita
a un Daiquiri, convirtiendo esta mañana en la primera vez que bebo una bebida
alcohólica en su local.
Cuando entro al Cubo sólo está el
Socio. Dudo si contárselo a él pero decido esperar; tal vez a Corbata Hiriente
le moleste no ser el primero en enterarse. Por fin viene y me acerco a su mesa.
–¿No se irá usted a marchar? –pregunta.
Algo ha debido de ver en mi
mirada. Está bien, porque así es mucho más fácil, no tengo que decir nada y me
limito a asentir.
–Ahora que estamos despegando y usted
es una pieza clave en el proyecto… –deja la frase sin acabar.
Salimos fuera a sentarnos en el
sofá y le cuento la mentira que venía ensayado por el camino.
–Tengo una oferta de trabajo que
he decidido aceptar. Es una empresa de
transporte internacional.
Me pregunta cuánto van a pagarme.
Me invento una cantidad que supongo es acorde a lo que se paga por ahí y está a
años luz de lo que me paga él.
Nos quedamos en silencio, el más
largo desde que le conozco. Volvemos a
entrar, únicamente para coger su chaqueta y mi bolso porque quiere que vayamos
a tomar algo fuera. Recorremos sin hablar el camino hacia el Hotel.
–La voy a echar mucho de menos Lidia –me dice en cuanto nos sentamos (hoy no
me ha elegido la silla)–. Es un golpe
muy duro, y no sólo profesionalmente.
–Gracias.
Me maldigo a mí misma porque
estoy casi segura de que me he ruborizado y porque ha sido un “gracias”
sincero.
–Así es la vida, sí, así es la
vida –murmura.
Me coge la mano para besármela.
–Le deseo toda la suerte del
mundo –me oigo decir.
Vale, sí, tengo que reconocerlo, me
da pena. A pesar de los malos ratos pasados, de lo insoportable que es, lo que
le he odiado y las veces que me ha hecho llorar, a pesar de todo, he pasado más horas con Corbata
Hiriente que con nadie en mi vida en el último año. Sé que es un pobre hombre, que
sobrevive auto engañándose, sí, pero qué más da. Yo he usado para sobrevivir
otras estrategias igual de dudosas. Al final hay que encontrar la salida por el
camino que menos nos haga sufrir. Ojalá algún día vea un poco la luz y sobre
todo, ojalá deje de beber. Estoy a punto de decir todo eso en voz alta, pero al final me contengo. Es el síndrome,
pienso. Si Bigote me viera ahora me echaría la bronca.
Volvemos a la oficina. Echo el
ambientador por última vez (ahora que por fin habíamos encontrado una marca que
no le daba alergia a Medio Calvo). El socio se acerca para darme dos besos y
vuelve a su sitio.
Recojo la caja que he llevado conmigo
esta mañana y que había dejado en el baño para que no la vieran y se la dejo
encima de la mesa a Corbata Hiriente. Dentro está Paquito en su pecera. Mi ya ex–jefe se queda mirando al pez
absorto durante un buen rato y después se levanta y me acompaña a la puerta. Le
doy la mano y vuelve a besármela. Tiene los ojos humedecidos, ¿o es mi
imaginación?.
FIN
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