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Capítulo 7. PECES Y LIBROS
¡Por fin un día de invierno de verdad!
Con frío, humedad e incluso nieve. Estamos a finales de enero y necesito que el
calor desaparezca de una vez . Es una verdadera necesidad física. Y por fin
estreno mi bufanda nueva, estoy encantada.
En la radio están hablando de una
ola de frío, qué graciosos son.
Me ha animado tanto el aire
fresco y la posibilidad de salir de casa sin gafas de sol que me bajo del bus
varias paradas antes y voy andando. Por el camino encuentro una librería que llama mi atención y como voy con tiempo,
entro pensando en buscar lectura para la noche.
Me compro un libro que me atrae por su comienzo: “Como me sentía solo decidí comprarme unos
peces. Siempre he creído que los peces debían cantar”.
Llevo todo el mes acudiendo por
las mañanas. Casi me arrepiento de haber aceptado, porque a diferencia de las
tardes, Corbata Hiriente pasa algo más de tiempo en el Cubo. Aunque tampoco
mucho más, es cierto, porque a menudo se toma el café de media mañana en El
Hotel y si lo acompaña con licor, puede
enganchar con la comida y la sobremesa, cuando ya empieza a llamar a los del
turno de tarde.
Cuando está en el Cubo lo único
que hace es revisar lo revisado una y otra vez y pedir que le imprimamos la
última versión de los planes de marketing (él no tiene ordenador). Ahora tenemos dos clientes, aparte de la ONG
morosa, una empresa que fabrica tornillos (“todos los que le faltan al jefe”–
como le gusta decir a Bigote). Cuando se aburre mucho, se levanta y se da un
paseo por nuestros sitios para preguntarnos cómo nos va. Nos va bien, hasta que él pregunta.
Pero por las mañanas también
estoy más entretenida. No es mucho pero de vez en cuando llama alguien.
Hoy entro a saludar al Bizco y
tomarme un té (con mi cuerpo aclimatado por fin, ya no necesito manzanillas ni
aspirinas) mientras comienzo a leer el
libro. Me pica mucho la curiosidad. Cuando llego al capítulo en el que el
protagonista descubre que los peces no cantan y decide dejar de darles de comer
y tirarlos por el WC, lo cierro y voy a
la oficina.
Hoy Corbata Herida está en su
segundo despacho y El Socio “en el
baño”. Bigote aprovecha para decirme que
ha hecho una entrevista para un puesto de marketing en una multinacional con
sede en Hong Kong. El otro día me dijo
que quería aprender chino pero no me imaginaba que sería por eso.
Me paso casi toda la mañana enviando faxes; parece que me han
ascendido de nuevo, es una tarea que antes no me dejaban hacer. ¿Pero quién usa
el fax hoy en día? Aparte de nosotros, quiero decir.
Empiezo a notarme enfadada. Hoy
que venía de tan buen humor y entre libros estúpidos y noticias inesperadas que
no deberían afectarme me lo están amargando. Para rematarlo, encuentro una
notica de Corbata Hiriente en mi mesa en la que ha anotado una nueva tarea para
mí: comprar papel higiénico.
Bigote también está aburrido y no
para de hablar y contarme novedades. Cómo él suele estar toda la jornada, es mi fuente de información sobre el turno de la tarde. Al parecer ayer
tuvieron una discusión bastante seria y volvió a despedirle por enésima vez,
pero a última hora le readmitió después de unas copas en el
local de Madame Piano.
Pero lo mejor me lo cuenta
continuación. Como prácticamente no tiene trabajo y a primera hora de la tarde no
había nadie, se entretuvo fisgoneando los cajones y encontró en el de la mesa
del Socio una carta escrita de su puño y letra y dirigida a una tal Daniela.
Como estamos solos, me enseña la
carta que volvió a dejar ayer en su sitio y la leo atónita. Por el contenido de la misma, se entiende
claramente que la tal Daniela es prostituta y el Socio ha perdido totalmente la
sesera por ella. Se ofrece a “rescatarla” de esa penosa vida, le jura amor
eterno y se extiende rememorando pasados encuentros con ella. Cuando empieza a
describir partes de cuerpos sudorosos, no puedo seguir porque ya me he puesto
roja como un tomate.
No conozco mucho de la vida del
Socio, pero creo que está casado y tiene una hija. Esta carta de amor delirante
y llena de hormonas me provoca un poco
de vergüenza ajena. Pero también me siento mal por haber violado así su
intimidad y me da un poco de pena. El pobre ya tiene bastante con estar unido a
Corbata Hiriente por los lazos irrompibles surgidos de deudas que imagino astronómicas. Al menos nosotros podemos marcharnos de aquí
tal cuál vinimos, sin nada, pero él lo tiene más difícil.
Bigote no para de reírse pero a
mí ha dejado de hacerme gracia. No puedo evitar pensar en que la tal Daniela,
puta o no, tiene a alguien que quiere rescatarla.
Yo ni siquiera tengo peces que no
cantan, sólo un jefe disfuncional y ahora mismo un compañero de oficina que me
está mirando con ojos serios. Bigote se ha dado cuenta de mi cambio de
humor y se limita a dejar la carta en su
sitio sin decir nada.
–No te pongas melancólica, Ojos
Grandes.
Cuando se está acercando a mi
sitio, llaman a la puerta. Se me había olvidado que hoy empezaba un chico nuevo. Me encuentro con un tío algo raro, con pintas
de empollón, pelo rizado y oscuro, gafas de pasta y ensalada de granos en una
cara redonda como una pelota. Le pido que entre y cómo me acuerdo de lo bien
que me sentó la palabra de aliento de Perfume Anestesiante del primer día, me
hago la simpática. No parece muy
emocionado. Bigote ni le dirige la palabra, tal vez esté pensando que para qué
molestarse, si nos va a durar un suspiro.
Intentamos prevenirle sobre las
costumbres de su nuevo jefe pero lo único que comenta cuando hablamos de las
copas en El Hotel es algo así como:
–¡Qué espléndido el tío!, ¿no?
Bigote y yo nos miramos; acabamos
de excluirle del grupo.
Aún así quiero concederle el
beneficio de la duda. He visto que lleva un libro de poesía en el bolsillo, me
encanta el detalle. Yo siempre llevo un libro en el bolso. Bueno, hoy dos,
después de mi fallida compra. Siempre he
pensado que alguien que disfruta leyendo no puede ser mala persona, así que hago
un segundo intento de confraternización que termina igual de mal. Decido que es
un tío sin sustancia y vuelvo al fax.
En ese momento el Socio regresa y
se reúne con él para explicarle los pormenores del plan de la ONG morosa que
van a endiñarle. Ha dejado el libro encima de la mesa así que me acerco
despreocupadamente a echarle un vistazo. Descubro decepcionada que las tapas
esconden en su interior un cómic de superhéroes. Oigo a Bigote reírse por lo bajo desde la otra esquina.
Falso Poeta y el Socio se van a
“visitar clientes” o a “comercializar” como les ha dado ahora por llamarlo. Me
quedo sola porque Bigote también desaparece sin avisar. A veces no le hago mucho caso pero cuando no
está le echo de menos. Me pregunto qué tal le habrá salido esa entrevista con
los chinos.
Corbata Hiriente llama por teléfono para
añadir la “gestión del archivo de la biblioteca” a esa lista de tareas nimias que
no para de crecer. La biblioteca son
cuatro libritos sobre economía totalmente desfasados que andan tirados por ahí, y un quinto que
generalmente está debajo de la mesa del Socio porque está desnivelada. Calculo
que “gestionar” esa tarea me llevará un minuto y medio como mucho. Después no
me queda más remedio que volver a los dibujitos en el cuaderno porque jugar al
Solitario me parece demasiado patético.
Un rato más tarde aparece Bigote.
Me dice que tenía médico y que por eso se ha ido. No me lo creo y él sabe que
no me lo creo así que estamos en paz.
El Socio regresa unos minutos
después, solo. Nos comunica que Falso Poeta se ha despedido, sin dar más
explicaciones.
Y aún con todo, Falso Poeta no
ostenta el récord de duración. Hemos tenido alguna sustituta de Perfume
Anestesiante que duró una hora: el tiempo de la entrevista y lo que tardó en
llegar a su casa y llamar para decir que no volvía. Los hemos tenido de una
tarde, de uno o dos días y aunque la mayoría han llamado con alguna excusa
improvisada, también tenemos algún caso que ni siquiera se ha molestado en
avisar.
Tuvimos un chico que se lo tomaba todo con
humor y a Corbata Hiriente parecía caerle bien, hasta le sonreía cuando le hablaba.
Era extranjero, tal vez por eso lo del
buen humor, es que no entendía cuando le hablaban. Claro que tampoco le
entendíamos nosotros cuando decía algo. Pero a pesar de la barrera idiomática
parecía muy majo. Me trajo un par de novelas
que sabía que quería. Bigote también sabe que me gusta leer pero nunca hemos conversado
sobre libros.
Extranjero se marchó a los tres
días, después de una “reunión” en El Hotel algo accidentada. Corbata Hiriente
volvió a cargarse un mantel y el camarero esta vez tuvo unas palabritas con él.
Palabritas que seguro que hasta Extranjero entendió.
No obstante, a pesar del poco
tiempo, dejó el pabellón muy alto. En total, su ranking incluye dos de Hotel,
una de Madame Piano y una de comida en el restaurante árabe. Para tres días no está nada mal. Además tuvo
el detalle de llamarme para dejarme su teléfono. Quería quedar conmigo pero le dije que lo pensaría. Tal vez si me llamara hoy, aceptaría. O tal
vez no, porque no paro de pensar en los peces que no tengo y en los libros que
no tiene Bigote.
Cuando estoy recogiendo para
irme, aparece Corbata Hiriente con Culo Bamboleante, antes Medio Calvo, y nos reúne en la mesa redonda. Está
visiblemente borracho y la emprende a insultos con Bigote. En un momento de
ofuscación hasta se quita el zapato y golpea la mesa. El Socio sonríe con la
mirada perdida, seguramente pensando en Daniela.
–¡Estoy harto! –grita totalmente
fuera de sí, salpicando de saliva media mesa.
Creemos entender que el negocio
no remonta y es por culpa nuestra. No nos va a pagar, pero tampoco nos va a
echar. Es decisión nuestra seguir o no. Bigote
se levanta tranquilo, dice que no aguanta más pero en tono muy calmado, y nos
anuncia que se va. Nos cuenta lo de Hong
Kong, que es una novedad para todos menos para mí. Hoy le han confirmado que le
contratan así que nos deja. Corbata
Hiriente se queda paralizado con el zapato en una mano y la boca totalmente
abierta. Bigote le da un apretón de
manos a Culo Bamboleante, levanta una
ceja en dirección al Socio y enfila hacia la puerta. Yo me siento fatal.
Cuando ya está con el pomo de la
puerta en la mano, Bigote se detiene, regresa y me da dos besos. Aprovecha para
decirme al oído que igual me llama un día para “quedar”. Si me parece bien,
claro.
«Me parece, me parece», pienso
yo. Y se marcha.
Corbata Hiriente está mirando por
la ventana, totalmente ido. Se levanta y se dirige a su sitio., abre el cajón,
coge algo y se acerca a mí. Tan ceremoniosamente como la primera vez me hace
entrega de mi segundo cheque. Corro
rauda a cobrarlo en cuanto salgo, aunque
esta vez no me ha advertido sobre la escasez de fondos, ya no hace falta.
Lo primero que compro cuando
tengo el dinero en mi bolsillo son un par de peces. No me importa si no cantan.
(continuará)
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