jueves, 21 de marzo de 2013

El Kula y lo emic

Existen tres tipos de intercambios económicos: reciprocidad, redistribución y mercado. En sociedades complejas como la nuestra pueden coexistir las tres aunque la predominante sea la de mercado, que surge con el estado moderno y el capitalismo.

El ejemplo más típico de un intercambio de reciprocidad es el conocido como “Kula”, que fue estudiado en profundidad por Malinowski, un antropólogo polaco, el cuál es considerado por algunos el padre de la antropología de campo.

Nunca había oído hablar del Kula hasta que me tocó estudiarlo en la asignatura de Antropología y el concepto me encantó por su sencillez y porque es un ejemplo muy interesante e ilustrativo de las dos dimensiones en las que se plasma cualquier estudio antropológico: los aspectos emic y etic de la cultura.

Pero antes veamos lo que es el  Kula.

El Kula (que significa “anillo”) es un tipo de intercambio entre tribus o comunidades que habitan un amplio círculo de islas en Papúa Nueva Guinea, entre las que se encuentran las islas Trobriand, y que constituyen un circuito cerrado. El Kula involucra a miles de individuos que deben viajar en el sentido que marca el artículo que se han propuesto intercambiar. 

Hay dos tipos de artículos confeccionados con conchas que circulan sin cesar en sentidos contrarios a lo largo de esta ruta. En el sentido de las agujas del reloj se desplazan unos collares de concha y en el sentido contrario unas pulseras o brazaletes. Si por ejemplo el intercambio entre dos personas es abierto con un collar, aquél que lo recibe está obligado a corresponder con un brazalete.

Los objetos Kula rara vez permanecen mucho tiempo en posesión de quienes los reciben, los entregan siguiendo el circuito con lo que los objetos  están en constante circulación. De todos modos, la posesión temporal de los objetos Kula sí puede otorgar cierto prestigio.

Todos los movimientos de los artículos Kula están regulados por un conjunto de normas y convenciones y acompañados de rituales muy complicados.

Lo que caracteriza al Kula es:

1.- La entrega de un regalo ceremonial al que debe corresponderse con un contra-regalo después de un cierto tiempo.
2.- Un receptor de un regalo está de alguna forma comprometido a corresponder con lealtad e igual valor, esto es, a ofrecer un brazalete al menos tan bueno como el collar que ha recibido, o viceversa. Un artículo muy bueno debe reemplazarse por otro de valor equivalente y no por varios menos valiosos.


Lo importante es que, para los participantes en este circuito, un hombre que posee un bien es sólo un depositario, debe compartirlo y distribuirlo. Y cuánto mayor es el rango de la persona, su obligación es mayor.  Ser tacaño es un vicio y la única cosa sobre la cual los indígenas tienen una concepción moral muy estricta: en cambio, la generosidad es una virtud en su sistema de valores.

Aunque lo que despunta sea el ritual en sí mismo (éste sería el aspecto emic), ampliando un poco este análisis, se ve que aunque el intercambio ceremonial de los dos tipos de artículos es el aspecto más importante y fundamental del Kula, al amparo del mismo, se encuentran gran cantidad de actividades secundarias. Ya que se tienen que desplazar, por ejemplo, los indígenas aprovechan para hacer comercio normal, cambiando de una isla a otra muchas mercancías necesarias, que con frecuencia no se pueden encontrar en el lugar de procedencia y con los que, al no estar sometidos a todo el ceremonial del intercambio de los objetos del Kula, se puede comerciar. Además, hay toda una serie de actividades preliminares al Kula o relacionados con él, como la construcción de canoas para las expediciones.  Así que desde un punto de vista etic, la función del kula es la de encubrir un verdadero comercio.
Precisamente eso se preguntó Malinowski: el porqué de la existencia de un ritual tan elaborado para intercambiar algo tan aparentemente fútil como unas conchas.

Aquí es dónde intervienen esos dos aspectos, no siempre necesariamente contrapuestos, que son el análisis etic y el emic.

Fue un lingüista, K. Pike (1967), quien puso nombre a estas dos perspectivas del trabajo científico. Una palabra podía según él entenderse por lo que significa para una comunidad o bien analizarse por su etimología, su sonido y los signos gráficos que la escriben.  En el primer caso estaríamos ante un análisis emic y en el segundo en uno etic.

Diferentes investigadores sociales, especialmente el antropólogo Marvin Harris, extendieron esa acepción a conceptos culturales más complejos como las conductas, interpretadas por sus propios protagonistas por un lado, y por los investigadores de esas conductas por otro.

Tradicionalmente ha habido en Antropología dos maneras de asomarse a una cultura: el antropólogo puede proyectar su mirada desde el interior del sistema, adoptando temporalmente los valores y las apreciaciones de los estudiados, (emic), o mirar el sistema desde fuera (etic).

Marvin Harris mostró en varios de sus trabajos cómo las descripciones emic y etic de un mismo fenómeno no tienen por qué coincidir y, de hecho, a menudo no lo hacen y profundiza en los motivos poco claros que han llevado a las gentes de todos los rincones del mundo a desarrollar costumbres y estilos de vida aparentemente excéntricos.

Un ejemplo mencionado en su obra Vacas, cerdos, guerras y brujas (1975), se refiere a las diferencias entre los porcentajes de vacas en diferentes lugares de la India. En este caso el punto de vista emic, (lo que nos contaría un habitante de la India), es que todos los bovinos son sagrados y constituye un acto moral reprobable matarlos directamente o dejarlos morir de hambre o por descuido. Desde una perspectiva etic, sin embargo, estudios científicos demuestran que las proporciones de sexos en el norte y sur de India difieren, resultando en cada región más abundante el sexo del animal que curiosamente es más rentable económicamente. Resulta evidente –menos para los propios implicados – que, en efecto las vacas sí que mueren de hambre o por descuido y justo en la proporción necesitada en cada región. Se ha considerado durante mucho tiempo que los hindúes no ingieren carne de vaca debido a un tabú religioso (perspectiva emic suministrada por los nativos), en lugar de describir los elementos etic relevantes: que las vacas proporcionan proteínas en forma de leche, abono para los cultivos y tracción para los arados en forma de crías. Su carácter sagrado inhibe a los campesinos de matarlas en época de escasez y, de ese modo, preserva el modo de vida de la familia tradicional a largo plazo.

Pero el resultado es que una vez asumido en el entramado cultural de una comunidad, un tabú religioso como éste consigue que en el siglo XXI un ciudadano urbano de la India, que no ha visto ni verá una vaca ni de lejos considere impensable comerse una hamburguesa, aún cuando no haya ninguna razón lógica para ello.

Hay muchos ejemplos realmente interesantes, como la prohibición de comer carne de cerdo por parte de algunas religiones, los periodos de lactancia prolongada en muchas tribus que tienen el efecto añadido de funcionar como anticonceptivos naturales, la caza de brujas de la Edad Media,  etc, etc, pero sin ir a lo más  “pintoresco”, está claro que cualquier sistema cultural, creencia o comportamiento colectivo es susceptible de este doble análisis tan útil con el que se aprende a relativizar las “verdades absolutas”.



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