domingo, 30 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (XI) - Síndrome de Estocolmo

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros
  8. Un día cualquiera
  9. El viaje astral
  10. ¿Nueva etapa?






Capítulo 11. SINDROME DE ESTOCOLMO


Parecía que las obras del Parque no avanzaban y que no se iban a acabar nunca pero pasito a pasito ha llegado el día de la inauguración. Hay previstas diversas actividades durante la semana, entre ellas  un concierto de un grupo local y el mismísimo alcalde acudirá a cortar una cinta y salir en la foto.

En una interesante coreografía del destino, hoy es mi último día en el Cubo. Tal vez mi horóscopo no se equivocaba tanto después de todo. Me vaticinó una transformación y un viaje y aquí estoy, con los billetes de avión a Hong Kong en el bolso, dispuesta al mayor cambio de mi vida.

Bigote quería renunciar y volver  a España pero no puedo dejar que sacrifique un futuro prometedor en una empresa importante por alguien que  como yo, no tiene que renunciar a nada. Así que aquí estoy dispuesta a dar el mayor salto al vacío que puedo imaginar.

 Cuando vine a la entrevista con Corbata Hiriente, todo este barrio me pareció oscuro y tétrico; la calle, el barrio y hasta la gente. Han pasado cuatro meses y voy a echar de menos este ambiente, estos  edificios con sus fachadas pintorescas, estos comercios tan cercanos,  y también las personas que los regentan. El paseo al lado del río, ahora que el Parque está terminado, es una zona preciosa y me da pena no llegar a estrenarlo. No sé en qué momento empezaron a desaparecer las obras y los andamios del paisaje. Supongo que por lógica debió de suceder de manera gradual, pero para mí ha sido un suceso abrupto y repentino, como la floración en primavera. 

Acabé el año pasado  entre pastillas, mareos  y ataques de ansiedad, sin familia, sin amigos ni malditas las ganas de tenerlos, odiando a la gente, a las cosas, a mí misma, sin motivos para levantarme por la mañana, ni para acostarme por la noche, viviendo, caminando y respirando por inercia. Mi única aspiración en un día normal era pensar lo menos posible.   

Ayer me di cuenta mientras hacía limpieza de papeles antiguos en casa que ni  me acuerdo de la última vez que visité a la psicóloga ni de de última vez que tuve un  ataque de pánico.

En el autobús voy pensando en mi encuentro con Corbata Hiriente. Ayer Bigote y yo decidimos que no merecía la pena contarle la verdad, así que le diré sin más que me voy porque he encontrado trabajo, -uno de verdad-.

Comento con el autobusero los últimos cotilleos de la tele y me bajo en mi parada. Llego muy pronto pero hoy tengo cosas que hacer: despedirme del Bizco, que me da un abrazo de oso que me emociona. También de  Doña Calceta, que me besa y me llama “joya”.  Y le he comprado unas partituras a Madame Piano, quién las acepta encantada y me invita a un Daiquiri, convirtiendo esta mañana en la primera vez que bebo una bebida alcohólica en su local.

Cuando entro al Cubo sólo está el Socio. Dudo si contárselo a él pero decido esperar; tal vez a Corbata Hiriente le moleste no ser el primero en enterarse. Por fin viene y me acerco a su mesa.

–¿No se irá usted  a marchar? –pregunta.

Algo ha debido de ver en mi mirada. Está bien, porque así es mucho más fácil, no tengo que decir nada y me limito a asentir.

–Ahora que estamos despegando y usted es una pieza clave en el proyecto… –deja la frase sin acabar.
Salimos fuera a sentarnos en el sofá y le cuento la mentira que venía ensayado por el camino.

–Tengo una oferta de trabajo que he decidido aceptar. Es una empresa  de transporte internacional.

Me pregunta cuánto van a pagarme. Me invento una cantidad que supongo es acorde a lo que se paga por ahí y está a años luz de lo que me paga él.

Nos quedamos en silencio, el más largo desde que le conozco.  Volvemos a entrar, únicamente para coger su chaqueta y mi bolso porque quiere que vayamos a tomar algo fuera. Recorremos sin hablar el camino hacia el Hotel.

–La voy a echar mucho de menos  Lidia –me dice en cuanto nos sentamos (hoy no me ha elegido la silla)–.  Es un golpe muy duro, y no sólo profesionalmente.

–Gracias.

Me maldigo a mí misma porque estoy casi segura de que me he ruborizado y porque ha sido un “gracias” sincero.

–Así es la vida, sí, así es la vida –murmura.

Me coge la mano para besármela.

–Le deseo toda la suerte del mundo –me oigo decir.

Vale, sí, tengo que reconocerlo, me da pena. A pesar de los malos ratos pasados, de lo insoportable que es, lo que le he odiado y las veces que me ha hecho llorar,  a pesar de todo, he pasado más horas con Corbata Hiriente que con nadie en mi vida en el último año. Sé que es un pobre hombre, que sobrevive auto engañándose, sí, pero qué más da. Yo he usado para sobrevivir otras estrategias igual de dudosas. Al final hay que encontrar la salida por el camino que menos nos haga sufrir. Ojalá algún día vea un poco la luz y sobre todo, ojalá deje de beber. Estoy a punto de decir todo eso en voz alta,  pero al final me contengo. Es el síndrome, pienso. Si Bigote me viera ahora me echaría la bronca.

Volvemos a la oficina. Echo el ambientador por última vez (ahora que por fin habíamos encontrado una marca que no le daba alergia a Medio Calvo). El socio se acerca para darme dos besos y vuelve a su sitio.

Recojo la caja que he llevado conmigo esta mañana y que había dejado en el baño para que no la vieran y se la dejo encima de la mesa a Corbata Hiriente. Dentro está Paquito en su  pecera. Mi ya ex–jefe se queda mirando al pez absorto durante un buen rato y después se levanta y me acompaña a la puerta. Le doy la mano y vuelve a besármela. Tiene los ojos humedecidos, ¿o es mi imaginación?.

Cuando estoy saliendo por la puerta me dice que me estoy equivocando, qué él tiene buen ojo para estas cosas. Sonrío.





FIN





sábado, 29 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (X) - Nueva etapa

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros
  8. Un día cualquiera
  9. El viaje astral





Capítulo 10. NUEVA ETAPA


Este lunes pensaba salir pronto pero a última hora me colocaron un recadito: ir a la casa de Pitonisa Germana para llevarle un sobre. ¿Qué les costará llamar a un mensajero? Llegué a duras penas con las indicaciones que me dio el Socio (la orientación espacial de este hombre es un asco).

Estuve cinco minutos llamando al timbre y estaba a punto de irme cuando la puerta se abrió y Pitonisa vestida con lo que me parece un pijama me invitó a pasar. Por lo visto estaba pasando consulta o como se llame lo que hace.

Cogió el sobre y me dijo que esperara  un momento mientras iba a por la cartera. Estuvo rebuscando un buen rato. No me lo podía creer, ¿me iba a dar una propina?

Como abrió el sobre en mi presencia, así me enteré que lo que había dentro era la invitación a la comida de cumpleaños de Corbata Hiriente. No me lo podía creer. ¿No hubiera bastado una llamada telefónica?

Para mitigar mi enfado, acepté la propina y la utilicé para comprarme un libro.

Hoy nos hemos enterado que vamos todos a la comida, no sólo el “elemento femenino”. También están invitadas Pitonisa Germana y a otra amiga especial que es pintora. Supongo que la invitación a la pintora le llegó vía Sosaina. ¿También le habrán dado propina? Si no anduviera evitándole, se lo preguntaría.

Otra novedad es que no vamos a comer en su barrio, (con la curiosidad que tenía yo por conocer a sus vecinas) sino en el mismo restaurante asiático dónde comimos en Nochevieja.

Cuando llega el día, vamos  desde el Cubo todos juntos como un rebaño de ovejas. El jefe llega tarde, con Pitonisa Germana colgando de un brazo y la que supongo que es Pintora del otro.

Pitonisa Germana va tan hortera y llamativa como la otra vez. Hoy sin turbante, se le ve la melena oxigenada con rizos sobre una cabeza enorme. Tampoco trae perrito y cuando alguien le pregunta por él, se echa a llorar. El pobre ha muerto hace poco “de un problema intestinal”. No me sorprendo, recuerdo cómo le daba de comer.

Pintora es una señora de mediana edad algo extravagante, con el pelo violeta y muy dicharachera.

La chica de la tarde, la del ataque de llanto, a la que iba despedir pero continúa por aquí, se sienta al lado del Socio y no para de reírse cada vez que él abre la boca. Si existe algo lo más  alejado posible de lo que es un tío gracioso es este hombre, así que deduzco que la chica está coqueteando o simplemente es tonta de remate. Según va transcurriendo la comida, confirmo la segunda opción.

 “Las Lidias” hemos comprado un encendedor  en nombre de todos. No queríamos hacerlo, Corbata Hiriente va a pensar que le apreciamos, pero el Socio nos insistió. Pintora le ha regalado unos puros, así que puede decir que tiene un día perfecto.

Le pedimos al chino que trajera una velita en su postre (nuevamente presión por parte del Socio) y  Heidi casi se atraganta cuando le escucha pedir yogur. Encima el camarero se le olvida y cuando está a punto de dejar el yogur en la mesa, vuelve corriendo a la cocina, dejando a Corbata Hiriente con cara de bobo y cucharla en alto. Cuando vuelve, trae una vela que por las dimensiones ha quitado del candelabro que había en la entrada. El jefe no para de preguntar si ha  sido idea del restaurante o nuestra.

–Gracias, es un detalle muy bonito.

Antes de soplar la vela cierra los ojos y  dice  bajito:

– “Pasta, pasta”.

L o cierto es que se porta como el jefe ideal.  No se mete con nadie, agradece y se emociona con los regalos y paga la comida o eso suponemos porque salimos sin preguntar.
 
Todos teníamos preparada una excusa para largarnos si la cosa se alargaba, pero no hace falta utilizarla porque él es el primero en despedirse y marcharse con sus “amigas”. 

Como el jefe no está, nos sentamos  para tomar un café en la terraza. Hasta el Socio se queda. Nos cuenta que se va a ir de vacaciones unos días. Se le ve muy risueño y más hablador que otras veces.  No sé  qué habrá bebido pero en un momento comenta que el yogur de Corbata Hiriente parecía “semen congelado” y empieza a reírse, atragantarse y a toser todo a la vez, como repugnantemente hacen los fumadores crónicos. El estómago de Sosaina creo que se resiente del comentario o de las gárgaras del Socio y se excusa para ir al baño.

Cuando el Socio se va, nos relajamos de verdad. Empezábamos a sospechar que se había quedado a modo de topo para sonsacarnos información o algo así.

 Sosaina por fin me pilla a solas en un descuido y los dos pasamos el mal trago de mi rechazo. Después de mis calabazas decide que va a pasarse al turno de tarde. No imagino qué excusa le pondrá a Corbata Hiriente.

Poco a poco, la gente se va marchando. Me gustaría alargar la velada, pero no me apetece quedarme a solas con Sosaina que se está haciendo el remolón, así que me marcho con Heidi. Leo la decepción en el rostro de Sosaina y casi me da pena.

Al día siguiente, Corbata Hiriente llega vestido con vaqueros y sin corbata. Nos quedamos mirándole embobados pero nadie se atreve a decir nada. Nos toca reunión.

–Quiero informarles que estamos en una nueva etapa.

 ¿Cuántas llevamos ya?  He perdido la cuenta. Esta, por lo visto durará hasta el 30 de abril y a partir de ahí comenzará otra hasta el 31 de agosto.  Me pregunto qué fuentes estará consultando.

Por supuesta cuenta con Heidi (“aunque hay que refinarla un poquito”, dice con ella delante), y conmigo. De  Sosaina tiene dudas porque no ve resultados.

Nos pide que vayamos todos a jornada completa aunque de dinero ya hablaremos en abril.

–Negociaremos entonces –nos dice.

También nos anuncia que se va a coger unos días libres para ir a Roma.

–Para ver al Papa.

Y se levanta sin darnos tiempo a preguntar nada.

–¡Señorita Lidia!, quiero que venga conmigo a una visita –grita de camino a la puerta -.

 Yo rezo para que sea la otra Lidia, pero no tengo esa suerte.

Nos perdemos por el camino (el Socio le ha pasado la dirección).  Se enfada conmigo porque no llevo chaqueta y antes de entrar al despacho del posible cliente, me hace practicar diferentes formas de dar la mano. Después se va al baño y me deja sola más de media hora. El cliente se enfada por tener que esperar y ya no nos quiere recibir.

Volvemos a la oficina dónde nos esperan dos chicos nuevos,  uno muy guapo que empezó ayer por la tarde y otro tan alto que parece jugador de baloncesto y que comienza hoy. Guapo nos informa de  que el Socio se ha tenido que ir porque le ha salido un flemón.

Corbata Hiriente menea la cabeza con preocupación:

–Este pobre hombre se está muriendo” – nos mira–. Tengo un buen ojo para estas cosas –menea la cabeza–. Le voy a echar en falta para comercializar

Después se marcha con los nuevos para que “ vayan conociéndole” y me encarga que ponga por escrito lo que hemos hablado.

Lo malo de la jornada completa es que casi no tengo tiempo para comer.  Suelo ir al bar del Bizco o a la Cafetería Jubileta a picar algo. Doña Calceta es un amor que me ha hecho un gorro de lana precioso y me da innumerables consejos para cuidar bien de Paquito, (a Perfume Anestesianteta me la encontré flotando hace unos días). A veces tengo algún minuto para hacer algún recadito como  ir a comprar más de ese dichoso ambientador (“le delego”) en el supermercado  que tampoco vi el día de mi entrevista.

Por las tardes prácticamente no hay nada que hacer. Las que más ocupadas estamos somos “las Lidias”. Los dos nuevos no hacen nada más que mirar la pantalla. Alguno de ellos debe de ser cleptómano, porque el material de oficina ha empezado a escasear. Como las Lidias somos las únicas que por lo visto utilizamos bolígrafos, cada día nos las vemos y deseamos para encontrar uno.  He optado por llevar uno en el bolso y no soltarlo en ningún momento. Pero siempre hay un momento de descuido, te olvidas de custodiar el Bic y cuando te quieres dar cuenta ¡zas! ha desaparecido. Heidi me dice que podíamos ponerle una cadenita como en los bancos. «Somos patéticos», pienso yo.

Con Corbata Hiriente de vacaciones, además, los días transcurren en medio de una tranquilidad y aburrimiento letales.

Pero cuando regresa es peor. Tal vez porque no  ha conseguido ver al Papa, su humor está bastante negro.
–Van a ir todos al paro –nos anuncia en la primera reunión tras su vuelta.

Estoy bastante harta  así que no me puedo reprimir y le pregunto  si quiere que me quede en casa a partir del lunes. Se sorprende bastante y me pide que no vuelva a decir esas cosas nunca más. Luego parece pensárselo mejor porque dice:

–No se preocupe. Puedo recomendarla.

Me voy a las siete en punto, con ganas de mandarle a la mierda y quedarme en paro de verdad.
Antes de irme me dice:

–Mi padre está de visita – pausa–. Pesa 105 kilos.

Sus saltos en la conversación me siguen sorprendiendo. Le pido que le de recuerdos a su padre de mi parte, aunque no le conozco. Ni  quiero.

De camino al bus, voy pensando en cómo será mi vida de nuevo en el paro. Está claro que cada vez hay menos que hacer. No es que el Cubo haya destacado nunca por su actividad, pero últimamente estamos en las últimas.  Las tardes que no está Corbata Hiriente ni el Socio, nos la pasamos de cháchara, jugando a bolos con bolas de papel como el otro día, mirando a los obreros de la obra del parque,  o asustando a los nuevos que siguen viniendo con historias truculentas sobre el jefe y el Socio. ¡Como si hiciera falta! Pero es que nuestro nivel de aburrimiento algunas veces roza la zona de peligro. Algunos viernes salimos al supermercado  y  acabamos en el sofá comiendo  bollitos de mantequilla.

En paro y gorda, ese es mi futuro, aunque mi horóscopo de hoy no ponga nada de eso.

No hay trabajo pero Corbata Hiriente sigue cogiendo gente en prácticas. La última en venir fue  una amiga de Heidi; duró el tiempo que Corbata Hiriente tardó en llevarla al Hotel. Allí acabó llorando y se marchó para no volver. Y eso que debía de venir prevenida, ¿no? O a lo mejor no, igual no era tan amiga y por eso Heidi le dijo que viniera.


Los días que sí está en la oficina, son un calvario porque no tenemos nada que hacer y como él tampoco, nos pasamos el tiempo de reunión en reunión para tratar banalidades. En la última nos comunicó la lista de invitados que está preparando para la próxima comida de Navidad. De momento sólo estamos Heidi y yo. ¡Ah! y  Estrella del Amanecer  que en otro viaje astral reciente, le confirmó a Corbata Hiriente que le gustaría acudir. Sosaina y Medio Calvo son interrogantes, no sé por qué. El Socio sale y entra de la lista, depende del momento. 



(continuará)








viernes, 28 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (IX) - El viaje astral

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros
  8. Un día cualquiera








Capítulo 9. EL VIAJE ASTRAL


Es el cumpleaños de Bigote y he quedado con él para  celebrarlo a una tasca mejicana que a él le gusta mucho. Aprovechando que sólo estamos Sosaina y yo en el Cubo, decido marcharme antes de mi hora, después de todo ha sido una mañana tranquila, pero Sosaina me retiene en la puerta y me dice que tiene una sorpresa para mí. Me regala un libro y me dedica una sonrisa estúpida.

–Me has ayudado mucho y no te he dado las gracias como te mereces – creo que dice, porque está tartamudeando de tal modo que es difícil entenderle.

A mí se me erizan todos los pelos de la espalda. Mi radar ha fallado estrepitosamente, estaba convencida de que este chico además de un pan sin sal era  gay y resulta que me está tirando los tejos.

–Gracias  –contesto y salgo pitando sin darle tiempo a replicar.

Cuando se lo cuento esa tarde a Bigote, él se ríe a carcajadas y me dice que ya se lo imaginaba. Que me ande con ojo, que seguro que al día siguiente intenta algo. A veces me fastidia la manía de Bigote de tomárselo todo a broma, la verdad.

Nos sentamos en un rincón y le doy la postal que le he comprado. No tengo ni idea de si le gusta o no. Le noto muy serio.

Por fin me dice que ya ha terminado la formación que estaba haciendo en la empresa en la que ahora trabaja. Al finalizar el periodo de formación, debe ya trasladarse a Hong Kong. Se va en una semana y  quería avisarme.

–Estaba encantado con esta oportunidad. Tenía muchas ganas de irme pero ahora estoy hecho un lío y no me apetece nada.

–Sigue siendo una gran oportunidad – digo con tono indiferente, pero por dentro estoy asimilando el significado de sus palabras y él lo sabe.

Se queda callado un rato y luego me cuenta que Corbata Hiriente le llamó ayer para pedirle ayuda con el plan maldito, así que se va a acercar un par de mañanas al Cubo, no le importa hacerle ese favor.

–Me tienes que recibir como a una visita – sonríe.

Le cuento que Corbata Hiriente está un poco diferente estos días. Le ha dado por llamar a su madre a París todos los días al llegar, y en el café de la mañana se suele tomar un té conmigo.

 –¿El también pide té?

–Sí – miento.

No se lo cree claro.

Al final, el día que Bigote “se pasa” por el Cubo, sólo se queda unos minutos, porque Corbata Hiriente ha cambiado de opinión y dice que ya no le necesita. Va a “reorganizar” de nuevo al equipo.  Pero eso sí, quiere aprovechar la ocasión y  despedirse de él como se merece.

Nos reúne alrededor de la mesa redonda y nos hace cogernos de las manos. A Bigote se le escapa un involuntario  «¡ay, joder!»  mientras pone los ojos en blanco. A “las Lidias” nos da la risa y Sosaina tose en un intento por disimular. Medio Calvo se está perdiendo el momento porque ha salido hace un rato al baño y aún no ha vuelto y el Socio agacha la cabeza, supongo que rendido.

–Garay, mi más preciado colaborador – comienza Corbata Hiriente con los ojos cerrados–,  un hombre con tanto talento, tan buen profesional, un crack del marketing…–abre los ojos para comprobar que estamos atentos y los vuelve a cerrar–. Siempre podrá decir con orgullo que aprendió aquí lo que sabe y yo siempre recordaré con orgullo a quién fue como un hijo para mí.

–Amén – dice Bigote solemne.

Sosaina tose más fuerte y Heidi se muerde el labio. Corbata Hiriente nos mira con recelo, parece estar valorando si nos estamos burlando de él.  Bigote me guiña un ojo, como en los viejos tiempos. Hace un mes Corbata Hiriente casi le da con el zapato y hoy sólo le falta besarle.

Nos ponemos todos en pie y el jefe abraza a Bigote mientras le da las  gracias por los servicios prestados.
–Y por supuesto, está usted invitado a la próxima comida de Navidad.

A continuación se dirige al  resto de nosotros.

–Siento mucho no ser más simpático con ustedes –nos dice– , pero es este trabajo, la vorágine en la que vivimos, toda esta situación…

«¿Vorágine?» Nos miramos pensando todos lo mismo. Si hubiera menos actividad, estaríamos muertos.
Mientras Bigote termina de despedirse de todos, llaman a la puerta.

–¡Ah! Justo a tiempo, mi nueva adquisición. Un recurso valiosísimo. –Corbata Hiriente se frota las manos – . No le llega a Usted  a la suela del zapato –dirigiéndose a Bigote–, pero haremos lo que podamos para moldearle.

Bigote se va y nos quedamos con el chico nuevo. Le entrego el dossier  de rigor para que se entretenga y unos minutos más tarde Corbata Hiriente se lo lleva al Hotel. Antes de salir se acerca a mi mesa y me dice bajito al oído:

–Antes trabajaba en Adolfo Domínguez. Vamos a introducirnos  en el sector de la moda con él. Es perfecto para usted. Y muy guapo.

–Por cierto –me dice en voz alta ya en la puerta–, redacte usted una carta de despedida para Garay. Que sea afectuosa, quiero que le sirva de consuelo cuando se encuentre a tantos kilómetros de casa, rodeado de mafiosos chinos. Déjemela en la mesa, la leeré mañana.

Al día siguiente, el “valioso y guapo recurso” no aparece y no volvemos a oír nada del  sector de la moda. En cuanto a la carta, cuando la lee, menea la cabeza. En su opinión es muy escueta y fría (no ha dicho apática) y le pide ayuda al Socio.

–Usted sí que sabe escribir cartas –le dice.

Miro a Corbata Hiriente con sorpresa pero después de un rato llego a la conclusión de que el comentario ha sido casual. El Socio, sin embargo, está rojo hasta las orejas cuando coge la carta para modificarla.

Esa noche Bigote y yo nos reímos leyéndola, pero yo por dentro estoy llorando. Le han adelantado el viaje y sale mañana para Hong Kong. He pedido mi primer día libre para ir a despedirle al aeropuerto.

Paso las siguientes semanas en una especie de sopor. Me cuesta levantarme por las mañanas y ni siquiera me apetece tomar alto con el Bizco o con Doña Calceta. Habíamos empezado una nueva bufanda pero no me siento con fuerzas para acabarla.

Está terminando el invierno y yo  sigo vegetando los fines de semana en casa, sin nada interesante que hacer. Ni siquiera Paquito y Perfume Anestesianteta, son un consuelo. Mi única ilusión es la promesa de Bigote de venir unos días en Abril. Ahora sí que Corbata Hiriente puede llamarme apática con razón.

Esta mañana también  Corbata Hiriente está algo apagado y me pide que vaya con él porque  quiere “compartir un momento conmigo”. Acabamos en el local de Madame Piano, que está sentada al piano cuando entramos. Debe de haber recibido alguna clase, porque toca bastante mejor que la primera vez. Pero el local no ha cambiado, sigue en penumbra y sin clientes.

–Si por mí fuera, les echaba a todos ustedes –lo primero que me dice al sentarnos.

«Vaya tarde que me espera», pienso.

–Ortega es un desastre – asegura.

Tengo que hacer un esfuerzo para saber de quién habla: Culo Bamboleante, perdón Medio Calvo. No le falta razón, desde luego.

–“Mi otra Lidia” es una manipuladora –– continúa–, utiliza su inteligencia para manipular a la gente. Se aferra a este trabajo para sentirse superior y presumir de más status del que en realidad tiene.

«¿Status con este trabajo?.»

–Además es una maleducada en la mesa – prosigue–.  No es como usted, no tiene clase.

Suspira mientras le da un largo trago a su copa.

–A las dos bobas de la tarde las voy a despedir.

Se refiere a dos chicas que hay ahora por la tarde. Una de ellas ya ha anunciado que se irá este viernes y la otra hizo lo propio durante un ataque de llanto que tuvo delante de todos. Según Corbata Hiriente, su marido la maltrata. Por lo visto cree que todas las mujeres maltratadas acaban en su oficina. Y a lo mejor no le falta algo de razón. Puede que no un marido, pero está claro que las y los habitantes del Cubo estamos algo maleados por la vida y con la autoestima algo dañada.

–Fernández  lo está haciendo mejor pero no se lo voy a decir o se dormirá en los laureles. No le conozco demasiado bien – nuevo suspiro.

Eso es porque Fernández, alias Sosaina, es con diferencia el que menos se ha llevado de copas. Y es que hasta  Corbata Hiriente se aburre con él.

–¿No ha notado usted que Fernández está enfermo? - me pregunta.

Niego con la cabeza.

–Sí, – dice enfáticamente–. Ha adelgazado mucho, está muy grave. Pero al menos no es SIDA porque ni es homosexual ni se droga.

Ante un comentario tan contundente y que me transporta a comienzos de los años ochenta, no se puede decir gran cosa.

–Estoy teniendo mucha paciencia con él –prosigue–. No es como “Estrella del Amanecer”.

Desde que sabe lo de Hong Kong, llama a Bigote “Estrella del Amanecer”.

–Estrella del Amanecer estaba a mi nivel, no como todos estos calzonazos – dice mientras hace girar su vaso.

Le doy un trago al mío para no opinar.

–Ojalá Usted tuviera 40 años más –cambia de tema.

Otro diría “ojalá yo tuviera 40 años menos” pero lo dejo pasar. Espero que no vuelva a ofrecerme matrimonio, aún está demasiado sobrio.

–Le voy a ofrecer un aumento de sueldo – me dice la ridícula cantidad–.. Es mucho menos de lo que Usted se merece pero es todo lo que puedo darle –ladea  la cabeza y me sonríe–.  Es Usted una persona especial, desprende energía positiva. Lo noto en el color de su aura.

Estoy tentada de preguntarle de qué color es pero me reprimo a tiempo. Me he prometido no darle demasiadas alas.

Me coge la mano y dice que va a leérmela.

–Tiene Usted una vida muy compleja, con todos los actos interrelacionados entre sí.

«Pues vaya lectura de mierda», pienso.

Continuamos bebiendo en silencio..

–Es Usted maravillosa – interrumpe  de nuevo Corbata Hiriente–.  Si alguna vez usted o alguno de sus hijos necesita algo de mí, no dude en pedírmelo.

Se lo agradezco, aunque si algo tengo claro es que él necesita bastante más ayuda que yo. 

–Me he reconciliado con mi hijo – dice de improviso–. Está trabajando en  Zaragoza. Estoy muy orgulloso de él.

–¡Cuánto me alegro! –y lo  digo sinceramente

–Para un hombre como yo es difícil ser un buen padre.

«Desde luego».

–¡Cásese conmigo! – suelta de repente.

Me ofrece una pensión vitalicia y la garantía de quedarme su  casa de aquí y la de París cuando la “palme” su madre. Me recuerda que debo pensar en el futuro, ahora que él está pensando en trasladar la oficina a otra provincia (primera noticia) por tema de impuestos.

Como ni le contesto, cambia de tema de nuevo.

–Este año va a ser difícil para los Leo –baja la mirada, triste.

Otras veces el alcohol le vuelve locuaz y dicharachero pero hoy está melancólico. Me pregunto si será por lo de su hijo, pero enseguida descubro la razón. Me confiesa que se acerca su cumpleaños.

Ha pensado en organizar una comida con todos nosotros para celebrarlo y quiere que sea en su barrio. Está convencido de que sus vecinas están locas por él por lo buen partido que es. Se le echan encima y se siente acosado. Cree que una comida con sus empleados servirá para desilusionar a esas viejas locas. No entiendo ni un ápice ese razonamiento,  pero asiento.

–Voy a hacer la comida sólo con los miembros femeninos de la oficina.

Bueno,  ahora está un poco más claro.

–Tal vez una barbacoa, con ropa informal –sigue pensando en  voz alta.

Me viene una imagen mental de todas nosotras con él en chándal en medio del monte.  Parecerá un proxeneta con sus putas de excursión. Sacudo la cabeza para ahuyentar esa imagen. El se ha quedado en silencio, pensativo.  

–Estoy orgulloso de  “Estrella del Amanecer” – nuevo salto en la conversación–.  Ha sido mi mejor obra. –clava su mirada en mí–.  Le voy a hacer una confidencia – me quedo expectante–  a veces estoy en un nivel superior de entendimiento pero no puede compartir mis conocimientos con nadie ni explicar mis sensaciones y presentimientos.

Cojo aire y vuelvo a asentir, tampoco  se me ocurre ningún comentario para eso. Le veo juguetear un rato con su corbata y de repente vuelve a mirarme cómo si se hubiera olvidado de mi presencia.

–Con “Estrella del Amanecer”  tenía una conexión especial, porque él también está a ese nivel. La otra noche  visité su casa en Hong Kong en un viaje astral al que él me invitó mentalmente.

Me dedico a pescar la aceituna de mi vaso para no mirarle, porque está empezando a asustarme.

–Le dije que tuviera cuidado, presiento que está teniendo problemas con la mafia china.  

¡Por fin! Consigo coger la aceituna que se me resistía y metérmela en la boca. De sopetón me agarra y me da dos besos en las mejillas. Me atraganto y empiezo a toser descontrolada. Mi jefe me sacude como un poseso hasta que se me pasa.

Estoy boqueando y con los ojos llorosos pero como si no hubiera sucedido nada, Corbata Hiriente se recuesta en la silla y  me pide mi opinión para sacar adelante la empresa.

–Todo es posible –le digo aún sin aire–,  porque usted nunca tira la toalla . Seguro que tiene buenas noticias que darnos en su cumpleaños.

El comentario le emociona tanto que pide una segunda ronda. Yo estoy pellizcándome porque en realidad no me lo estoy pasando mal del todo.  Bigote también cree que sufro de  síndrome de Estocolmo. Anoto mentalmente que tengo que llamarle para contarle lo del  viaje astral.

Corbata Hiriente me acompaña al autobús y se queda plantado en la parada diciéndome adiós con la mano y una sonrisa de oreja a oreja  hasta que el autobús arranca. Estoy demasiado avergonzada como para levantar la vista de mi falda. Afortunadamente no hay mucha gente a esas horas.


Cuando por fin doblamos la esquina y se pierde de vista, me relajo y me pregunto que pensaría Corbata Hiriente de la foto de Estrella del Amanecer que llevo ahora en la cartera.



(continuará)








miércoles, 26 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (VIII) - Un día cualquiera

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad
  7. Peces y libros








Capítulo 8. UN DÍA CUALQUIERA


El maldito despertador. ¿Por qué se pasará la noche tan rápido? Esta encima ha estado llena de  sueños agitados. Cinco minutos más, por favor. Y otros cinco. Ya no me queda más remedio que levantarme. Me ducho rápido, me visto aún más rápido y desayuno un yogur, que quemaré en el trayecto a la oficina. O quizás no, creo que voy a ir en bus como siempre.

Hoy no está el autobusero de siempre. Ultimamente le ha dado por comentar conmigo las noticias, sobre todo las amarillas. Al principio me molestaba y me sentaba lo más alejada posible de él pero luego empecé a acostumbrarme. Si no fuera por él, no sabría quiénes son la mitad de los personajes que salen por la tele. 
Como no tengo con quién hablar, me siento y desconecto del mundo. Me enchufo los cascos y adopto la pose para estas circunstancias: máscara y mirada al vacío. Como siempre llego pronto así que me paso una parada y regreso andando para hacer tiempo y llegar a la hora. Hoy no tengo humor para tomar nada ni con el bizco ni con su hermana.

El portal está cerrándose, justo acaba de entrar alguien. No he visto quién, pero por la estela del perfume que ha dejado, se trata de Heidi, la última sustituta de Perfume Anestesiante que está viniendo por las mañanas para ayudar a Medio Calvo ahora que Bigote no está.  La llamo así porque creo que debe ser más miope que yo y no controla la cantidad de colorete que se echa por la mañana. Casualidades de la vida, en realidad se llama como yo, Lidia. Corbata Hiriente está encantado, le encanta referirse a nosotras como “sus Lidias”.

No me he equivocado, encuentro  Heidi en el rellano, con Sosaina, otra nueva incorporación. No hay mucho que decir de él, el nombre lo explica todo, aunque según me dijo Corbata Hiriente el otro día, es un Bigote en potencia. «Ya quisiera», me digo.

En ese momento me acuerdo de que por enésima vez se me ha olvidado comprar papel higiénico. Desde que encontré esa tarea en mi escritorio una mañana, no he conseguido acordarme nunca de hacerlo. Pero lo curioso es que nadie ha reclamado, a pesar de las muchas visitas al baño que hacemos en esta oficina.  Yo llevo mis toallitas pero no se qué harán los demás, no quiero ni pensarlo. Corbata Hiriente supongo que tiene suministro ilimitado en los baños de El Hotel.

–Cojan cada uno su cuaderno que vamos a tener una reunión –nos saluda nada más vernos mi jefe disfuncional.

Allá  vamos como corderitos. Empieza con el reparto de tareas: un montón de temas diversos para mí, “que para eso soy Géminis”, un cliente nuevo para Heidi y a Sosaina le termina de arreglar el día anunciándole que le va a acompañar a “hacer unas visitas”. Noto que Sosaina controla su desagrado clavándose la uña del índice derecho en la mano izquierda.

Acto seguido, nos reprende porque la oficina está hecha un asco. Nos pide a Heidi y a mí que limpiemos las sillas y sobre todo su mesa. Deduzco que la de la limpieza ya no pasa por aquí, supongo que ha dejado de cobrar.

–¿Perdón, cómo dice? –le increpa Heidi. El hace oídos sordos.

Y después suelta la bomba:

–Les voy a hacer una propuesta a la que espero me digan que no. No se me asusten, pero ¿podrían trabajar los sábados de 9 a 13, durante dos meses?

Silencio incómodo y baile de miradas. Me pongo la máscara más impenetrable que encuentro en mi repertorio.

–¿Usted? –se refiere a Heidi.

Heidi asiente.

–¿Usted? –me mira a mí.

Asiento, aunque por dentro estoy maldiciendo a sus ancestros hasta  la quinta generación.

A Medio Calvo y el Socio se los salta.

–¿Y Usted? –se dirige a Sosaina.

Sosaina sonríe totalmente abandonado a su suerte, con la expresión de un condenado, pero al final opta por negarse.

–¿Cómo se le ocurre? A la empresa nunca se le dice que no –dice enfadado Corbata Hiriente–.  Aún tiene mucho que aprender, es usted demasiado joven.

Se quita las gafas y le coge por sorpresa de la mano.

–Yo le agradecería que aceptara participar en este proyecto….

Resulta que el plan interminable de la ONG morosa sigue dando vueltas de mesa en mesa. Por lo general todo el que trabaja en ese  plan de marketing acaba marchándose, incluso se cumplió con Bigote y ha optado por una solución desesperada: todos a  una como en Fuenteovejuna. 

Sosaina insiste con una táctica nueva: ahora duda de su “capacidad” para trabajar en un plan tan complicado.  Consigue un nuevo toque de atención y una anécdota desafortunada sobre un empresario que ahora está en la cárcel.

Vuelvo a desconectar contando las manchas del cristal, que por cierto espero que mi jefe no vea, no me apetece limpiarlas.  Me despierta su grito:  

–Cambio de planes: ¡Tarea para “las Lidias”! , ¡Decidido!

Me pregunto si es posible que ya esté borracho a estas horas. No lo parece, pero tengo mis dudas. Ahora está explicando su plan estratégico sobre horarios y turnos para que los ordenadores no permanezcan improductivos al mediodía cuando estamos comiendo.

Los ordenadores y las nuevas tecnologías en general son  para mi jefe una cosa mágica a la que trata con tanta reverencia que por si acaso ni se les acerca. Cuando algo sale mal suele decir que las “meigas”  de los ordenadores han intervenido para fastidiarle.

Por fin se cansa de hablar y se marcha con Sosaina a “comercializar”.

Cuando salen por la puerta, lo más que hacemos “las Lidias” respecto al tema limpieza  es echar ambientador, aunque Medio Calvo resulta ser alérgico y se pasa la mañana estornudando y mirándonos mal.

Como el resto de habitantes del Cubo menos yo, Heidi también es fumadora y a veces me pide que la acompañe al rellano a echar un cigarrillo. Supongo que para no tener que aguantar al Socio o a Medio Calvo que se pasan media vida fumando allí o en el baño. Normalmente no salgo, pero hoy las “meigas” están particularmente traviesas  y estoy harta de pelearme con un programa informático que no para de bloquearse.

Heidi aprovecha para quejarse de que Corbata Hiriente es un machista. Ella también es Consultora y nunca la lleva con él a visitar clientes. La miro en silencio. Cuando descubra en qué consisten en realidad las visitas, estará contenta de quedarse envenenando a Medio Calvo con ambientador.

Termina su cigarrillo y me dice que se va a hacer unos recados. Me deja a solas con las “meigas” , el Socio y Medio Calvo que no tardan en irse al baño.

Suena el teléfono.« Ojalá fuera Bigote». Pero no, es mi jefe que quiere invitarme a comer con él y con Sosaina en  un sitio nuevo.

Encuentro a duras penas el restaurante, nuevamente las indicaciones del Socio no sirven para nada. Llego antes que ellos y como no me apetece estar de poste en la acera, entro y  pido agua en la barra del bar. No hay más que tíos con traje a mi alrededor mirándome sin pudor y haciéndome sentir bastante incómoda.

Por fin llegan y vamos al comedor. Por el camino me toca recibir una reprimenda por llevar mi vaso de agua en lugar de dejar que lo haga el camarero. Cuando ya estamos sentados, decide que no le gusta la mesa y nos obliga a cambiar. Ya me extrañaba que nos hubiera dejado elegir nuestros asientos libremente. Después de un par de minutos reorganizando el comedor bajo la atenta y algo mosqueada mirada del camarero,  por fin encuentra el lugar adecuado para que nos aposentemos.

Después de la mañana algo espesa, ahora parece que está de buen humor. Es uno de esos momentos en que le chispean los ojos y no para de soltar halagos.

–Qué elegante está usted hoy, señorita Lidia. Bueno, la verdad es que siempre está muy elegante. ¿No es verdad? –mira a Sosaina que asiente mecánicamente porque está enfrascado en la lectura de la carta. Tengo  ganas de decirle que no se moleste, no va a poder pedir lo que elija. 

–Tiene unos ojos realmente preciosos.  –continúa mi jefe–. ¿Quiere casarse conmigo? – pregunta de sopetón.

Casi me atraganto. ¿La primera proposición de matrimonio de mi vida me la acaba de hacer mi jefe disfuncional borracho delante de un compañero de trabajo, que está ahora mismo hurgándose la nariz disimuladamente porque cree que no le estamos haciendo caso?

Sé que no lo ha dicho en serio, pero me ha impactado igual.  Mi vida es realmente triste, no hay duda.

De primero pide ensalada mí y Sosaina  y potaje de garbanzos para él. Tengo un hambre que me caigo pero no quiero ser la primera en coger el cubierto. Ya me ha llamado la atención demasiadas veces en la mesa (fondo, forma, rumbo y no sé qué más). Pero por lo visto Sosaina tampoco quiere lanzarse y se queda mirándonos alternativamente a nosotros y al plato con cara de no saber qué hacer. Por favor, que no es langosta ni caviar, ni Sosaina es Pretty Woman, ¡que alguien empiece de una vez! Mandando al diablo las formas, ataco la ensalada. Por supuesto me llama la atención por empezar antes que él.

Un cuarto de hora más tarde, su plato sigue sin tocar, únicamente traga apresurado dos cucharadas de garbanzos, justo en el momento en que el camarero le está recogiendo el plato, con lo que consigue una mirada de cabrero que aparentemente le pasa inadvertida. 

En el rincón en el que estamos sólo hay dos mesas ocupadas, la nuestra y otra dónde está sentado un individuo que cuando se gira, resulta que reconoce a mi jefe. Ambos son habituales del local de Madame Piano. Después de saludarse efusivamente intentan concretar una fecha para una cena que tienen pendiente. Desgraciadamente no podrá ser antes del 19 de noviembre porque están muy ocupados (estamos en febrero). Del desconocido me lo puedo hasta creer, no tengo datos, y además se ha tragado los tres platos de un menú en cinco minutos alegando que tiene prisa,  ¿pero  Cortina Hiriente? ¿Ocupado?

Vuelve a prestarnos toda su atención. Le da permiso a Sosaina para que se desabroche el botón de las mangas si así se va a sentir más cómodo. Y le pide que me narre la visita de esta mañana.

Sosaina empieza a relatarme la historia, con frases demasiado rimbombantes y la adorna con unos cuantos elogios a la capacidad negociadora del jefe. Estoy por aplaudir cuando termina. Sosaina y pelota, vaya combinación. Corbata Hiriente está, claro, encantado.

Para el segundo plato mi jefe ordena, cómo no, pollo para mí y Sosaina y para él dos huevos fritos con jamón que no están en el menú. Genio y figura. Al camarero no le hace ninguna gracia.

El pollo está horrible y medio crudo pero tengo tanta hambre que lo engullo sin pensar. Sosaina también come y calla. Los huevos se quedan sin tocar en el plato.

–Sosaina, se va a encargar de los trabajos “de calle” –(«es decir», traduzco mentalmente, «fotocopias y recados varios»). –Para ir “haciendo zapato”.

Le encanta la expresión “hacer zapato”, es su favorita, después de “les delego”  y la tercera: “les convoco”.

–Y en todo los demás, –continúa,– imite usted. a Lidia, obsérvela, sígala, aprenda de ella, – hace una pausa–. ¡Pero sin ligársela claro! –gorjea, riéndose de su propio chiste.

 Sosaina y yo también nos  reímos pero sin ganas.

–Seré absolutamente profesional, –declara el interesado.

–Tiene mucho potencial,  pero aún no he visto la realización.

Parece pensar un momento y continúa:

–Que si no, el 31 de febrero cierro la empresa y todos a la calle.

–El 31 de febrero un poco difícil  –digo yo.

Me mira enfadado por la interrupción, está claro que no lo ha pillado. Un minuto largo después, y después de posar la copa de vino en la mesa,  levanta la cabeza y se ríe a carcajadas.

–Pero qué ocurrente, Lida, qué ocurrente.

Se echa hacia atrás en la silla desternillándose. Está a punto de caerse, pero no tenemos esa suerte, consigue agarrarse al borde de la mesa en el último momento.

Cuando se calma, me coge la mano sorpresivamente y mirando a Sosaina Pelota le espeta:

–A esto se le llama cobertura. Eso es lo que me da Lidia. ¿Sabe a qué me refiero?

–SSSíi – titubea.

Claramente no tiene ni idea.  Y yo tampoco.

Me suelta la mano y pierde de pronto el interés por nosotros. Apoya la cabeza en la barbilla y casi me parece que echa una cabezadita. Sosaina me mira sin saber qué hacer.

De pronto levanta la vista y extiende los brazos golpeando la copa. Tengo buenos reflejos y la sujeto antes de que se caiga.  Me lanza un beso de agradecimiento.

 Ahora es el turno de Sosaina. Le agarra también de la mano y después de unos minutos de silencio en los que Sosaina no sabe dónde meterse le dice:

–¿Ha notado lo mismo? En este instante nuestros corazones se han unido. ¿No ha notado que le ha palpitado tres veces? – Sosaina me mira buscando ayuda. Pero no la encuentra, se lo merece por pelota.

Le suelta y se levanta para sentarse en la mesa de al lado con una pareja que acaba de llegar y que no sale de su asombro por la intromisión. Señalándome les dice que yo soy muy apática. Ellos se ríen, imagino que esperando que si le dan la razón, ese chalado que se ha sentado a su lado se largue sin incordiar.

–No es muy habladora –insiste mientras se levanta con esfuerzo, –pero por lo menos sabe sonreír – me sonríe suspirando–- No, no  es que sepa, es que sonríe, – sentencia.

Por lo que sea, decide que ese es el momento idóneo para llamar por teléfono a Barcelona, dónde vive su padre. Está más de un cuarto de hora dándole las gracias a la mujer de su padre por cuidar tan bien de su “progenitor” antes de que le pasen con él.

–Te quiero papá, te adoro.

Cuando cuelga me dice que esa tarde va a tener tres reuniones. Creo que suspiro demasiado ruidosamente pero no se da cuenta. Antes de la primera, le pide a Sosaina que se ponga en un rincón y escriba una lista de las tareas que se hacen en la empresa, quiere reorganizarlas. Sosaina va al rincón a hacer sus deberes sin protestar.


1º reunión: El Creativo

Hoy no trae la corbata de Mickey, sino unos  jeans de marca y una chaqueta con coderas que se quita y deja apoyada en la silla.  Viene con el ceño fruncido  porque  tiene una factura pendiente de cobrar. Parece que el Creativo es sólo el que nos ha impreso la papelería con el logo de la empresa. A eso se reducía la amistad de la que presumía Corbata Hiriente.

Después de varias promesas de pago por parte de mi jefe, por fin se levanta para irse, pero no sin antes increpar a Corbata Hiriente, llamándole toda clase de lindezas, hasta que se queda sin vocabulario. Permanece unos instantes de pie, con los puños cerrados y abriendo y cerrando la boca, esperando que se le ocurra algún adjetivo  más pero como la inspiración no llega, recoge su chaqueta. Mientras se la está poniendo, explota:

–¡Gnomo, más que gnomo!

Cuando Creativo ya ha salido, mi jefe me pregunta qué es un gnomo. Se lo explico y me mira como si la que estuviera bebiendo Cutty Sark fuese yo . Dejo de hablar esperando que  se le olvide la conversación y cambie de tema, lo que tarda en hacer exactamente tres segundos. Paquito y Perfume Anestesianteta, mis peces, tienen más retentiva.

Sosaina regresa con su lista. Corbata Hiriente dibuja una tabla en el mantel (papel, observo aliviada). Le pide a Sosaina que ponga en fila las tareas y en las columnas nuestros nombres. Tenemos que ir marcando crucecitas en las casillas correspondientes.  Resulta entretenido, no lo niego.

Ahora me quiere también en las áreas de “Producción” y ” Administración” y me da seis meses de plazo para acabar de formarme y llegar al top de la lista: “Dirección Estratégica”. Digo que sí a todo.  Total,  en cinco minutos habrá cambiado de opinión.

Se le ocurre llamar a Heidi a la oficina para que venga y colabore rellenando la tabla.  

–¿Pero qué le pasa a Usted hoy? ¿Ha dormido en un pajar?  –Es su saludo cuando Heidi llega. La pobre pone cara de asombro y dice que no, que no ha dormido en ningún pajar.

–Pero qué le pasa  –sigue él–,  ¿tiene calor? A usted le pasa algo, ¿está enamorada?

A eso Heidi contesta que sí, pero que desde hace tiempo, no es de hoy. 

–Pero si estoy muy contenta, – dice Heidi ofendida, pero él continúa diciendo que la encuentra cansada y ojerosa.


2º reunión: El padre de familia

Hace un rato que Heidi se ha ido cuando llegan otro supuesto amigo de Corbata Hiriente y su hijo. Me los presenta como “ese entrañable amigo y familia”. El padre es un señor muy sonriente y con cara de bonachón y el hijo, un chavalín que se porta  como se portan los hijos educados cuando los padres se encuentran con un amigo: sonrisa de circunstancias y resignación.

El pobre desgraciado va a hacer prácticas en la empresa. Tres días a la semana.

–Apunte Usted, Lidia, –me pide mi jefe.

Yo apunto.

–Dos horas por día. ¿lo ha apuntado?  - me mira–. De momento se encargará de las fotocopias, etc… 

Yo apunto “trabajo de calle” mientras pienso en que Sosaina se ha librado, por lo menos los días pares.

El padre preocupado insiste un par de veces en la necesidad de que estas prácticas no interfieran en los estudios del muchacho. Corbata Hiriente no le hace caso, está  más pendiente en elaborar una lista de  recomendaciones básicas: chaqueta y corbata, zapatos negros y “esa perilla te la puedes dejar porque te hace atractivo pero no está bien visto en el mundo empresarial. Es decisión tuya si te la quitas o no”.

Yo espero que su decisión sea no afeitársela, porque para lo que va a durar, sería una pena sacarificarla.


3º reunión. El socio canceroso

Llega el Socio, que trae unos papeles para que Corbata Hiriente los firme. Mientras se sienta con nosotros, mi jefe se inclina para susurrarme “ahí viene el canceroso”.  Le miro extrañada y también avergonzada, porque sus susurros no suelen ser precisamente discretos y no me sorprendería que el Socio lo haya escuchado, aunque si es así, no ha dado señales de haberlo hecho.

No me había fijado hasta ese momento pero es cierto que el Socio tiene muy mal aspecto. Tiene la voz ronca, ojeras y también está más delgado. Le pregunto si se encuentra bien. Resulta que ha estado seis días ingresado por neumonía y ni  nos habíamos enterado.  Yo estaba imaginando motivos más interesantes para su estado alicaído, como una pelea con Daniela por ejemplo.

–Cuídate, mañana no vengas a trabajar – dice mi jefe mientras firma–. Que no vengas he dicho, ¿me vas a hacer caso? –insiste– ,  que lo tuyo es grave, te lo digo yo que me huele a cáncer.


Espero que el Socio no sea muy aprensivo. Se va arrastrando los pies pero mañana vendrá a trabajar, eso seguro, no hay más que mirarle para saber que no tiene otro sitio mejor al que ir.



(continuará)






martes, 25 de noviembre de 2014

Relato: Invierno de Inflexión (VII) - Peces y libros

  1. La primera entrevista
  2. La segunda entrevista
  3. Primer día
  4. La bendición
  5. La estrategia del general
  6. Navidad







Capítulo 7. PECES Y LIBROS


¡Por fin un día de invierno de verdad! Con frío, humedad e incluso nieve. Estamos a finales de enero y necesito que el calor desaparezca de una vez . Es una verdadera necesidad física. Y por fin estreno mi bufanda nueva, estoy encantada.

En la radio están hablando de una ola de frío, qué graciosos son.

Me ha animado tanto el aire fresco y la posibilidad de salir de casa sin gafas de sol que me bajo del bus varias paradas antes y voy andando. Por el camino encuentro una librería  que llama mi atención y como voy con tiempo, entro pensando en buscar lectura para la noche.  Me compro un libro que me atrae por su comienzo:  “Como me sentía solo decidí comprarme unos peces. Siempre he creído que los peces debían cantar”.

Llevo todo el mes acudiendo por las mañanas. Casi me arrepiento de haber aceptado, porque a diferencia de las tardes, Corbata Hiriente pasa algo más de tiempo en el Cubo. Aunque tampoco mucho más, es cierto, porque a menudo se toma el café de media mañana en El Hotel  y si lo acompaña con licor, puede enganchar con la comida y la sobremesa, cuando ya empieza a llamar a los del turno de tarde.

Cuando está en el Cubo lo único que hace es revisar lo revisado una y otra vez y pedir que le imprimamos la última versión de los planes de marketing (él no tiene ordenador).  Ahora tenemos dos clientes, aparte de la ONG morosa, una empresa que fabrica tornillos (“todos los que le faltan al jefe”– como le gusta decir a Bigote). Cuando se aburre mucho, se levanta y se da un paseo por nuestros sitios para preguntarnos cómo nos va.  Nos va bien, hasta que él pregunta.

Pero por las mañanas también estoy más entretenida. No es mucho pero de vez en cuando llama alguien.

Hoy entro a saludar al Bizco y tomarme un té (con mi cuerpo aclimatado por fin, ya no necesito manzanillas ni aspirinas) mientras comienzo a leer  el libro. Me pica mucho la curiosidad. Cuando llego al capítulo en el que el protagonista descubre que los peces no cantan y decide dejar de darles de comer y tirarlos por el WC,  lo cierro y voy a la oficina.

Hoy Corbata Herida está en su segundo despacho y El Socio  “en el baño”.  Bigote aprovecha para decirme que ha hecho una entrevista para un puesto de marketing en una multinacional con sede en Hong Kong.  El otro día me dijo que quería aprender chino pero no me imaginaba que sería por eso.

Me paso casi toda la  mañana enviando faxes; parece que me han ascendido de nuevo, es una tarea que antes no me dejaban hacer. ¿Pero quién usa el fax hoy en día? Aparte de nosotros, quiero decir.

Empiezo a notarme enfadada. Hoy que venía de tan buen humor y entre libros estúpidos y noticias inesperadas que no deberían afectarme me lo están amargando. Para rematarlo, encuentro una notica de Corbata Hiriente en mi mesa en la que ha anotado una nueva tarea para mí: comprar papel higiénico.

Bigote también está aburrido y no para de hablar y contarme novedades. Cómo él suele estar toda la jornada,  es mi fuente de información  sobre el turno de la tarde. Al parecer ayer tuvieron una discusión bastante seria y volvió a despedirle por enésima vez, pero a última hora le readmitió después de unas copas  en el  local de Madame Piano.

Pero lo mejor me lo cuenta continuación. Como prácticamente no tiene trabajo y a primera hora de la tarde no había nadie, se entretuvo fisgoneando los cajones y encontró en el de la mesa del Socio una carta escrita de su puño y letra y dirigida a una tal Daniela.

Como estamos solos, me enseña la carta que volvió a dejar ayer en su sitio y la leo atónita.  Por el contenido de la misma, se entiende claramente que la tal Daniela es prostituta y el Socio ha perdido totalmente la sesera por ella. Se ofrece a “rescatarla” de esa penosa vida, le jura amor eterno y se extiende rememorando pasados encuentros con ella. Cuando empieza a describir partes de cuerpos sudorosos, no puedo seguir porque ya me he puesto roja como un tomate.

No conozco mucho de la vida del Socio, pero creo que está casado y tiene una hija. Esta carta de amor delirante y llena de hormonas me provoca un poco  de vergüenza ajena. Pero también me siento mal por haber violado así su intimidad y me da un poco de pena. El pobre ya tiene bastante con estar unido a Corbata Hiriente por los lazos irrompibles surgidos de deudas que imagino astronómicas.  Al menos nosotros podemos marcharnos de aquí tal cuál vinimos, sin nada, pero él lo tiene más difícil.

Bigote no para de reírse pero a mí ha dejado de hacerme gracia. No puedo evitar pensar en que la tal Daniela, puta o no, tiene a alguien que quiere rescatarla.

Yo ni siquiera tengo peces que no cantan, sólo un jefe disfuncional y ahora mismo un compañero de oficina que me está mirando con ojos serios. Bigote se ha dado cuenta de mi cambio de humor  y se limita a dejar la carta en su sitio sin decir nada.

–No te pongas melancólica, Ojos Grandes.

Cuando se está acercando a mi sitio, llaman a la puerta. Se me había olvidado que hoy empezaba un chico nuevo.  Me encuentro con un tío algo raro, con pintas de empollón, pelo rizado y oscuro, gafas de pasta y ensalada de granos en una cara redonda como una pelota. Le pido que entre y cómo me acuerdo de lo bien que me sentó la palabra de aliento de Perfume Anestesiante del primer día, me hago la simpática.  No parece muy emocionado. Bigote ni le dirige la palabra, tal vez esté pensando que para qué molestarse, si nos va a durar un suspiro.

Intentamos prevenirle sobre las costumbres de su nuevo jefe pero lo único que comenta cuando hablamos de las copas en El Hotel es algo así como:

–¡Qué espléndido el tío!, ¿no?

Bigote y yo nos miramos; acabamos de excluirle del grupo.

Aún así quiero concederle el beneficio de la duda. He visto que lleva un libro de poesía en el bolsillo, me encanta el detalle. Yo siempre llevo un libro en el bolso. Bueno, hoy dos, después de mi fallida compra.  Siempre he pensado que alguien que disfruta leyendo no puede ser mala persona, así que hago un segundo intento de confraternización que termina igual de mal. Decido que es un tío sin sustancia y vuelvo al fax.

En ese momento el Socio regresa y se reúne con él para explicarle los pormenores del plan de la ONG morosa que van a endiñarle. Ha dejado el libro encima de la mesa así que me acerco despreocupadamente a echarle un vistazo. Descubro decepcionada que las tapas esconden en su interior un cómic de superhéroes.  Oigo a Bigote reírse por lo bajo  desde la otra esquina.

Falso Poeta y el Socio se van a “visitar clientes” o a “comercializar” como les ha dado ahora por llamarlo. Me quedo sola porque Bigote también desaparece sin avisar.  A veces no le hago mucho caso pero cuando no está le echo de menos. Me pregunto qué tal le habrá salido esa entrevista con los chinos.

 Corbata Hiriente llama por teléfono para añadir la “gestión del archivo de la biblioteca” a esa lista de tareas nimias que no para de crecer.  La biblioteca son cuatro libritos sobre economía totalmente desfasados que  andan tirados por ahí, y un quinto que generalmente está debajo de la mesa del Socio porque está desnivelada. Calculo que “gestionar” esa tarea me llevará un minuto y medio como mucho. Después no me queda más remedio que volver a los dibujitos en el cuaderno porque jugar al Solitario me parece demasiado patético.

Un rato más tarde aparece Bigote. Me dice que tenía médico y que por eso se ha ido. No me lo creo y él sabe que no me lo creo así que estamos en paz.  

El Socio regresa unos minutos después, solo. Nos comunica que Falso Poeta se ha despedido, sin dar más explicaciones.

Y aún con todo, Falso Poeta no ostenta el récord de duración. Hemos tenido alguna sustituta de Perfume Anestesiante que duró una hora: el tiempo de la entrevista y lo que tardó en llegar a su casa y llamar para decir que no volvía. Los hemos tenido de una tarde, de uno o dos días y aunque la mayoría han llamado con alguna excusa improvisada, también tenemos algún caso que ni siquiera se ha molestado en avisar.

 Tuvimos un chico que se lo tomaba todo con humor y a Corbata Hiriente parecía caerle bien, hasta le sonreía cuando le hablaba. Era extranjero, tal vez por eso lo del  buen humor, es que no entendía cuando le hablaban. Claro que tampoco le entendíamos nosotros cuando decía algo. Pero a pesar de la barrera idiomática parecía muy majo. Me  trajo un par de novelas que sabía que quería. Bigote también sabe que me gusta leer pero nunca hemos conversado sobre libros.

Extranjero se marchó a los tres días, después de una “reunión” en El Hotel algo accidentada. Corbata Hiriente volvió a cargarse un mantel y el camarero esta vez tuvo unas palabritas con él. Palabritas que seguro que hasta Extranjero entendió.

No obstante, a pesar del poco tiempo, dejó el pabellón muy alto. En total, su ranking incluye dos de Hotel, una de Madame Piano y una de comida en el restaurante árabe.  Para tres días no está nada mal. Además tuvo el detalle de llamarme para dejarme su teléfono. Quería  quedar conmigo pero le dije que lo pensaría.  Tal vez si me llamara hoy, aceptaría. O tal vez no, porque no paro de pensar en los peces que no tengo y en los libros que no tiene Bigote.

Cuando estoy recogiendo para irme, aparece Corbata Hiriente con Culo Bamboleante, antes Medio Calvo,  y nos reúne en la mesa redonda. Está visiblemente borracho y la emprende a insultos con Bigote. En un momento de ofuscación hasta se quita el zapato y golpea la mesa. El Socio sonríe con la mirada perdida, seguramente pensando en Daniela.

–¡Estoy harto! –grita totalmente fuera de sí, salpicando de saliva media mesa.

Creemos entender que el negocio no remonta y es por culpa nuestra. No nos va a pagar, pero tampoco nos va a echar. Es decisión nuestra seguir o no.  Bigote se levanta tranquilo, dice que no aguanta más pero en tono muy calmado, y nos anuncia que se va.  Nos cuenta lo de Hong Kong, que es una novedad para todos menos para mí. Hoy le han confirmado que le contratan así que nos deja.  Corbata Hiriente se queda paralizado con el zapato en una mano y la boca totalmente abierta. Bigote  le da un apretón de manos a Culo Bamboleante,  levanta una ceja en dirección al Socio y enfila hacia la puerta. Yo me siento fatal.

Cuando ya está con el pomo de la puerta en la mano, Bigote se detiene, regresa y me da dos besos. Aprovecha para decirme al oído que igual me llama un día para “quedar”. Si me parece bien, claro.

«Me parece, me parece», pienso yo. Y se marcha.

Corbata Hiriente está mirando por la ventana, totalmente ido. Se levanta y se dirige a su sitio., abre el cajón, coge algo y se acerca a mí. Tan ceremoniosamente como la primera vez me hace entrega de mi  segundo cheque. Corro rauda a cobrarlo en cuanto salgo,  aunque esta vez no me ha advertido sobre la escasez de fondos, ya no hace falta.


Lo primero que compro cuando tengo el dinero en mi bolsillo son un par de peces. No me importa si no cantan.




(continuará)